Se
pusieron a beber, apreciativos, y Ronald les soltó un John Coltrane que
hizo bufar a Perico. Y después un Sidney Bechet época París merengue,
un poco como tomada de pelo a las fijaciones hispánicas.
Big Bill Broonzy. See see rider.
La
voz llegaba de tan lejos que parecía una prolongación de las imágenes,
una glosa de letrado ceremonioso. Por encima o por debajo Big Bill
Broonzy empezó a salmodiar See, see, rider, como siempre todo convergía
desde dimensiones inconciliables, un grotesco collage que había que
ajustar con vodka y categorías kantianas, esos tranquilizantes contra
cualquier coagulación demasiado brusca de la realidad. O, como casi
siempre, cerrar los ojos y volverse atrás, al mundo algodonoso de
cualquier otra noche escogida atentamente de entre la baraja abierta.
See, see, rider, cantaba Big Bill, otro muerto, see what you have done.
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La novela
que nos interesa no es la que va colocando los personajes en la
situación, sino la que instala la situación en los personajes. Con lo
cual estos dejan de ser personajes para volverse personas. El K. de
Kafka se llama como su lector, o al revés”.
Envuelto
en humo, Ronald largaba disco tras disco casi sin molestarse en averiguar las
preferencias ajenas, y de cuando en cuando Babs se levantaba del suelo y se
ponía también a hurgar en las pilas de viejos discos de 78, elegía cinco o seis
y los dejaba sobre la mesa al alcance de Ronald que se echaba hacia adelante y
acariciaba a Babs que se retorcía riendo y se sentaba en sus rodillas, apenas
un momento porque Ronald quería estar tranquilo para escuchar Don`t play me
cheap. Satchmo cantaba Don`t you play me cheap, Because
I look so meek; y Babs se retorcía en las rodillas de
Ronald, excitada por la manera de cantar de Satchmo, el tema era lo bastante
vulgar para permitirse libertades que Ronald no le hubiera consentido cuando
Satchmo cantaba Yellow Dog Blues.
Por
más que le gustara el jazz, Oliveira nunca entraría en el juego como Ronald,
para él sería bueno o malo, hot o cool, blanco o negro, antiguo o moderno,
Chicago o New Orleans, nunca el jazz, nunca eso que ahora eran Satchmo, Ronald
y Babs, Baby don`t you play me cheap because I look so meek, y después la llamarada de la trompeta, el falo amarillo rompiendo el
aire y gozando con avances y retrocesos y hacia el final tres notas
ascendentes, hipnóticamente de oro puro, una perfecta pausa donde todo el swing
del mundo palpitaba en un instante intolerable, y entonces la eyaculación de un
sobreagudo resbalando y cayendo como un cohete en la noche sexual, la mano de
Ronald acariciando el cuello de Babs y la crepitación de la púa mientras el
disco seguía girando y el silencio que había en toda música verdadera se
desarrimaba lentamente de las paredes, salía de debajo del diván, se despegaba
como labios o capullos.
-Ça
alors –dijo Etienne.
-Sí,
la gran época de Armstrong –dijo Ronald, examinando la pila de discos que había
elegido Babs-. Como el período del gigantismo en Picasso, si quieres. Ahora
están los dos hechos unos cerdos. Pensar que los médicos inventan curas de
rejuvenecimiento...
3.Louis
Armstrong. Mahogany Hall Stomp.
Pensar
que Armstrong ha ido ahora por primera vez a Buenos Aires, no te podés imaginar
los miles de cretinos convencidos de que estaban escuchando algo del otro
mundo, y Satchmo con más trucos que un boxeador viejo, esquivando el bulto,
cansado y monetizado y sin importarle un pito lo que hace, pura rutina,
mientras algunos amigos que estimo y que hace veinte años se tapaban las orejas
si les ponías Mahogany Hall Stomp, ahora pagan qué sé yo cuántos mangos la
platea para oír esos refritos. Claro que mi país es puro refrito, hay que
decirlo con todo cariño.
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“A todos los piantados del mundo” dedican Julio Cortázar y Carol
Dunlop su expedición y crónica de los 33 días que durante el año 1982,
permanecieron en la Autopista
del sur francesa, recorriendo la distancia (ya se midan en kilómetros, paraderos, cachos o emociones) entre París a Marsella, parando (y lo
que es más importante: colonizando) la totalidad de paraderos que se
encontraron en ese “vacío” que separa ambas ciudades. Fuera del mundo,
reinterpretando el espacio utilitarista y funcional que significa la autopista,
descubriendo una vía paralela, presente en la imaginación de sólo aquellos que (como
ocurre con la ciudad de “62, modelo
para armar”) son capaces de soñar con ella; introduciéndose en una geografía no
euclidiana que comporta no sólo un espacio físico diferente sino también otro
tiempo. “Una expedición un tanto alocada y bastante surrealista, que consiste
en recorrer la autopista de París a Marsella a bordo de nuestro Voslkswagen Combi,
deteniéndonos en los 65 paraderos de la autopista a razón de dos por día”.
Guiados por el carro de Hermes (“todo lo que proviene de ese
dios sutil me ha guiado siempre en la vida. Sé que vamos a llegar a la meta,
que Hermes se divertirá un poco a costa de nosotros, pero a la vez nos irá
abriendo paso, señor de las rutas, protector de viajeros”), y subidos a un
postmoderno y antropomorfizado dragón de los nibelungos, los autonautas hacen
acopio inicial de vituallas, material de trabajo y libros para acometer su
empresa, su deriva.
Entre tales víveres se encuentran algunos libros de viaje y
expediciones. Cortázar incluye entre ellos “Del caminar sobre hielo”, el
cuaderno de notas o diario de la expedición a pie que durante 1974 llevó a
Werner Herzog de Munich a París como oposición trascendente y plegaria mágica
frente a la grave enfermedad que entonces sufría la historiadora y crítica de cine Lotte
Eisner. Pese a no quedar nada satisfecho con la versión en castellano del libro
(“considerablemente deprimido por la versión española de un libro de viaje de
Werner Herzog, fui a ventilarme al norte del parking”), se detecta entre ambos
personajes, Cortázar y Herzog, escritor y realizador de cine, un irremediable
vinculo personal, una misma búsqueda de nuevos atlas por descubrir, un ansia de
imágenes, símbolos y actitudes radicalmente opuestas a la convencionales, un
deseo de reinterpretar mediante nuevos códigos espacio temporales los objetos y
símbolos de la civilización moderna.
Algo profundo hay en común entre recorrer a pie la distancia
entre Munich y París y demorarse 33 días para llegar a Marsella desde París sin
salirse de la autopista. Algo transversal, algo propio de piantados.
Cartógrafos no cartesianos, antropólogos de lo olvidado, de aquello
que está ahí pero en lo que nadie repara, cronopios sin par; parece lógico, y
de justicia, imaginarse a uno leyendo entusiasmado no sólo a Hölderlin sino
también “La vuelta al día en ochenta mundos”, y a otro absorto ante las
imágenes de “Kaspar Hauser”. No por azar ambos se fijaron en la figura casi
olvidada de Carlo Gesulado, príncipe de Venosa, genio y atormentado, asesino y
masoquista, que compuso algunos de los más bellos, disonantes e hipnóticos
madrigales escritos durante el Renacimiento, y que recorre las páginas de “Clone”
y el celuloide de “Muerte para cinco voces”.
Pese a, temo, no llegar a conocerse nunca, recorriendo ambos
paralelamente un mismo anillo de Moebius, sirva como prueba de ese mutuo
interés y admiración aquellas páginas de “Los autonautas de la cosmopista” en
las que vuelve a mencionar Cortázar a Herzog a colación comparativa de
expediciones y conquistadores célebres: “Jamás pretenderemos que esta
expedición, por más riesgos y azares que presente, pueda compararse a la que
Werner Herzog imaginó (o sea, puso en imágenes) en Aguirre la cólera de Dios”.
Fui al cine. ViThérèse Desqueyraux. Lo que fascina- por lo menos a mí- en los personajes de ficción, es su continuidad objetiva. No perder de vista un solo instante lo trágico de su condición. Por eso la obra dramática esta hecha de recortes trágicos y saltan o excluyen los momentos de variación. Esos silencios permiten imaginar que aun lo que no vemos y lo que no se nos dice pertenece a la misma sustancia fuerte y terrible.
Lo que me molesta es mi excesiva participación: me agito impaciente como si quisiera avisarle al personaje que lo malo está por sobrevenirle. Es verdad la vida que me gustaría vivir es así: instantes en donde se acumula todo lo fuerte y dramático de que soy capaz. El resto, un letargo; dormir, auque sea anestesiada. No es la vida lo que me molesta; son los detalles. Cinco o seis escenas grandiosas y luego morir.
Indudablemente creo en el cine. El cine no es una distracción para mí. Es un encuentro, a veces atroz, con mis deseos más profundos.
Ahora Ronald había puesto un viejo disco de
Hawkins, y la Maga parecía resentida por esas explicaciones que le estropeaban
la música, y no era lo que ella esperaba siempre de una explicación, una
cosquilla en la piel, una necesidad de respirar hondo como debía respirar
Hawkins antes de atacar otra vez la melodía y como a veces respiraba ella
cuando Horacio se dignaba explicarle de veras un verso oscuro, agregándole esa
otra oscuridad fabulosa donde ahora si él hubiese estado
explicando lo de los lutecianos en vez de Gregorovius, todo se hubiera fundido
en una misma felicidad, la música de Hawkins, los lutecianos, la luz de las
velas verdes, la cosquilla, la profunda respiración que era su única
certidumbre irrefutable, algo sólo comparable a Rocamadour o a la boca de
Horacio o a veces a un adagio de Mozart que ya casi no se podía escuchar de
puro arruinado que estaba el disco.
3.Dizzy Gillespie. Coast to coast.
Gregorovius le acarició el pelo, y la Maga
agachó la cabeza, “ya está”, pensó Oliveira, renunciando a seguir los juegos de
Dizzy Gillespie sin red en el trapecio más alto, “ya está tenía que ser. Anda
loco por esa mujer, y se lo dice así, con los diez dedos. Cómo se repiten los
juegos. Calzamos en moldes más que usados, aprendemos como idiotas cada papel
más sabido. Pero si soy yo mismo acariciándole el pelo…Te voy
a tener que romper la cara, Ossip Gregorovius, pobre amigo mío. Sin ganas, sin
lástima, como eso que está soplando Dizzy, sin lástima, sin ganas, tan
absolutamente sin ganas como eso que está soplando Dizzy.
4.Bessie
Smith. Baby doll.
-Solución
de compromiso -dijo Etienne-. Coincidencia de todos los sufragios: oigamos a
Bessie Smith, Ronald y Babs se largaron a reír, no se veía bien por qué, y
Ronald buscó en la pila de viejos discos. La púa crepitaba horriblemente, algo
empezó a moverse en lo hondo como capas y capas de algodones entre la voz y los
oídos, Bessie cantando con la cara vendada, metida en un canasto de ropa sucia,
y la voz salía cada vez más ahogada, pegándose a los trapos salía y clamaba sin
cólera ni limosna, I wanna be somebody´s baby doll, se replegaba a la espera,
una voz de esquina y de casa atestada de abuelas, to be somebody´s baby doll ,
más caliente y anhelante, jadeando ya I wanna be somebody´s baby doll .
5.Bessie
Smith. Empty bed blues.
Quemándose
la boca con un largo trago de vodka, Oliveira pasó el brazo por los hombros de
Babs y se apoyó en su cuerpo confortable. La voz de Bessie, se adelgazaba hacia
el fin del disco, ahora Ronald daría vuelta a la placa de bakelita (si era
bakelita) y de ese pedazo de materia gastada renacería una vez más Empty Bed
Blues, una noche de los años veinte en algún rincón de los Estados Unidos.
Ronald había cerrado los ojos, las manos apoyadas en las rodillas marcaban
apenas el ritmo. También Wong y Etienne habían cerrado los ojos, la pieza
estaba casi a oscuras y se oía chirriar la púa en el viejo disco, a Oliveira le
costaba creer que todo eso estuviera sucediendo. ¿Por qué allí, por qué el
Club, esas ceremonias estúpidas, por qué era así ese blues cuando lo cantaba
Bessie?
No
estaba lo bastante borracho para dejar de pensar consecutivamente, y le bastaba
ese pobre pensamiento para sentir que lo alejaba cada vez más de algo demasiado
lejano, demasiado precioso para mostrarse a través de esas nieblas torpemente
propicias, la niebla vodka, la niebla Maga, la niebla Bessie Smith. Empezó a
ver anillos verdes que giraban vertiginosamente, abrió los ojos. Por lo común
después de los discos le venían ganas de vomitar.
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1.Lester
Young & Kansas city six. Four O´clock drag.
Gregorovius suspiró y bebió más vodka. Lester
Young, saxo tenor, Dickie Wells, trombón, Joe Bushkin, piano, Bill Coleman,
trompeta, John Simmons, contrabajo, Joe Jones, batería. Four O´Clock Drag. Sí, grandísimos lagartos,
trombones a la orilla del río, blues arrastrándose, probablemente drag quería decir lagarto del
tiempo, arrastre interminable de las cuatro de la mañana.
2.Lionel
Hampton. Save it pretty mamma.
El vibráfono tanteaba el aire, iniciando
escaleras equivocadas, dejando un peldaño en blanco saltaba cinco de una vez y
reaparecía en lo más alto, Lionel Hampton balanceaba Save it pretty mamma, se
soltaba y caía rodando entre vidrios, giraba en la punta del pie,
constelaciones instantáneas, cinco estrellas, tres estrellas, diez estrellas,
las iba apagando con la punta del escarpín, se hamacaba con una sombrilla
japonesa girando vertiginosamente en la mano, y toda la orquesta entró en la caída
final, una trompeta bronca, la tierra, vuelta de abajo, volatinero al suelo,
finibús, se acabó.
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A
Gregorovius le encanta establecer una picaresca prenatal y difama a sus madres
(tiene tres, según la borrachera) atribuyéndoles costumbres licenciosas.
La vida, fotografía del número,
posesión en las tinieblas (¿mujer, mosntruo?), la vida, proxeneta de la muerte…
Dos muertos se batían
fraternalmente, ovillándose y desentendiéndose, Bix y Eddie Lang jugaban con la
pelota I´m coming, Virginia, y dónde estaría enterrado Bix, pensó
Oliveira, y dónde Eddie Lang, a cuántas millas una de otra sus dos nadas que en
una noche futura de París se batían guitarra contra corneta, gin contra mala
suerte, jazz.
3.Bix Beiderbecke. Jazz me blues.
Bix, qué loco formidable. Poné Jazz me blues, viejo.
4.Stan Getz, Gerry Mulligan, Harry Edison & Oscar Peterson.
Chocolate sundae.
Ahora te viene un pajarraco como
Stan Getz y se te planta veinticinco minutos delante del micrófono, puede
soltarse a gusto, dar lo mejor que tiene. El pobre Bix se tenía que arreglar
con un coro y gracias, apenas entraban en calor, zas, se acabó.
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Y pensábamos en esa cosa increíble que habíamos leído, que un pez
solo en su pecera se entristece y entonces basta ponerle un espejo y el pez
vuelve a estar contento…
En
la ciudad en donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles,
de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las
camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos.
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1.Johann Sebastian Bach. Praeludium y fuga. No. 2, en C Minor.
Toco tu boca, con un dedo toco el
borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por
primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo
todo y recomenzar…
2.Julio Cortázar. Capítulo 7.
Y si nos mordemos el dolor es
dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorver simultáneo del
aliento, esa instantánea muerte es bella.
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1.Bessie Smith. Nobody Knows You When You're Down And Out.
La técnica consistía en citarse vagamente en
un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse, de
pasar el día solos…
2.Champion Jack Dupree. Big Time Mama.
Así
andaban, atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor
termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor, esa palabra…
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Para sus amigos, el hecho de que encuentre su
contento en lo nimio, en lo pueril, en un pedazo de piolín o en un solo de Stan
Getz, indica un lamentable empobrecimiento.
La maga se preguntaba si no sería
necesario hacer economías para comprarse un tocadiscos y las obras completas de
Hugo Wolf, que a veces canturreaba interrumpiéndose a la mitad, olvidada y
furiosa.
2. Ornette Coleman.
Lonely Woman.
La primera vez había sido un hotel de la rue
Valette, andaban por ahí vagando y parándose en los portales, la llovizna
después del almuerzo es siempre amarga y había que hacer algo contra ese polvo
helado, contra esos impermeables que olían a goma, de golpe la Maga se apretó
contra Oliveira y se miraron como tontos, HOTEL, y qué otra cosa se podía hacer
con ese sucio tiempo.
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Y que nada está perdido si se tiene por fin
si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que
empezar de nuevo.
2.Ray Ventura. Tout Va Très Bien Madame La Marquise.
Por qué entonces inquietarse si
probablemente el mundo es finito, la historia se acerca al punto óptimo, la
raza humana sale de la edad media para ingresar en la era cibernética. Tout va
très bien madame La Marquise, tout va très bien…
Oliveira escuchaba sin ganas, lamentando un
poco no poder interesarse; Montevideo era lo mismo que Buenos Aires y él
necesitaba consolidar una ruptura precaria…
2.Django Reinhardt. Swing from Paris.
La cuenta de los días le
resultaba difícil a Oliveira, feliz, ergo sin futuro.
3.Yves Montand. A Paris.
Hablar de despertarse cuando por
fin se está tan bien así dormido.
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La melancolía de una vida
demasiado corta para tantas bibliotecas. La falta de experiencia es invitable,
si leo a Joyce estoy sacrificando inmediatamente otro libro y viceversa, etc.
Al final de un cuarteto de Haydn la Maga se
había dormido y Oliveira, sin ganas de seguir escuchando, desenchufó el
tocadiscos desde la cama.
2.Ornette Coleman. Free Jazz.
Feliz de ella que podía creer sin ver, que
formaba cuerpo con la duración, el continuo de la vida. Feliz de ella que
estaba dentro de la pieza, que tenía derecho de ciudad en todo lo que tocaba y
convivía, pez río abajo, hoja en el árbol, nube en el cielo, imagen en el
poema. Pez, hoja, nube, imagen: exáctamente eso, a menos que…
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Para pasar al capítulo 4, pulsa aquí.
"Vi el filmLos amantes. He entrevisto, por un segundo, cómo sería una vida hecha de aceptación: de sí en vez de no. Pero el temor a intelectualizar, el temor a detener y endurecer una visión imaginaria del futuro, congelándola, haciéndola pasiva y convertida en arquetipo. Y luego mis esfuerzos penosos por acercarme a ella, por remedar esa visión construida en algún instante pasado de mi imaginación, arbitraria y sola, izada como un ejemplo absurdo, como un ídolo sin cabeza, erguida en su imposible. Y soy yo quien me afano por alcanzarme en esa visión. Soy yo que me busco donde no estoy.
Recordé el negocio de bicicletas y rodados en la Av. Roca (después Perón), en Avellaneda. Mi paraíso. Mi teatro. Mi inalcanzable. Lo que tiene de nuestra época este film (Los amantes), lo que tiene de nuestra generación, es que Jeanne M. no se detiene a causa de su hija. Quiero decir, la pérdida de sentido del concepto de "amor maternal" o "deber maternal". Ello se demuestra en que yo esperaba que "terminase mal", que vendría alguien a impedirle la felicidad recién descubierta. Pero no viene nadie y todo va bien. Estamos acostumbrados a los finales tristes.
¿Por qué no escribo lo de esa bicicleta mágica y el onanismo y Dios?"
3.George Gershwin, Billy Holiday. Summertime (Porgy and Bess).
Llegué
a aceptar el desorden de la Maga como la condición natural de cada instante(…)
tocando en el piano descascarado de madame Noguet melodías de Schubert y
preludios de Bach, o tolerando Porgy and Bess con bifes a la plancha y pepinos
asados.
Pero lo mismo estaba bastante
orgulloso de ser un vago consciente y por debajo de lunas y lunas(…), por
debajo de noches vomitadas de música y tabaco y vilezas menudas y trueques de
todo género.
4.Hugo Wolf. Elfenlied.
5.Clara Schumann. Lorelei. (H. Heine)
Entonces Ronald venía a sentarse
al piano con su cabezota colorada de cowboy, y la Maga vociferaba Hugo Wolf con
su verocidad que hacía estremecer a madame Noguet mientras, en la pieza vecina,
ensartaba cuentas de plástico para vender en un puesto del Boulevard
Sebastopol. La maga cantando Schumann nos gustaba bastante, pero dependía de la
luna y de lo que fuéramos a hacer esa noche, y también de Rocamadour porque
apenas la Maga se acordaba de Rocamadour el canto se iba al diablo…
La Maga se peinaba, se
despeinaba, se volvía a peinar. Pensaba en Rocamadour, cantaba algo de Hugo
Wolf (mal), me besaba…
6.Big Bill Broonzy. Ray Charles. Night time is the right time.
Ronald, solo en el piano, tenía
todo el tiempo necesario para matarnos dulcemente a fuerza de blues.
7.Julio Cortázar. Fragmento del Capítulo 2.
A veces me convenzo de que la
estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho es la locura o un perro.
Abrazado a la Maga, esa concreción de nebulosa, pienso que tanto sentido tiene
hacer un muñequito con miga de pan como escribir la novela que nunca escribiré
o defender con la vida las ideas que redimen a los pueblos.
La Maga sonreía sin sorpresa,
convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da
citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que
aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
Andábamos sin buscarnos pero
sabiendo que andábamos para encontrarnos.
3. Miles Davis. Bag´s groove
Un mundo donde te movías como un
caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil.
Más
allá del Boulevard Jourdan, dejábamos las bicicletas en la calle y nos
internábamos de a poco, parándonos a mirar el cielo, porque esa es una de las
pocas zonas de París donde el cielo vale más que la tierra.
4.Ludwig van Beethoven. 6ª Sinfonía.
…Eso, u oír el silbato de una
locomotora exactamente en el momento y el tono necesarios para incorporarse ex
oficio a un pasaje de una sinfonía de Ludwig van…
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¿No será otra vez la literatura? Rebelión, conformismo, angustia, alimentos terrestres, todas las dicotomías… qué hamaca de palabras, qué dialéctica de bolsillo con tormentas en piyama y cataclismos de living room. Entre el Ying y el Yang, ¿cuántos eones? Todo es escritura, es decir fábula".
Chopin, Piano sonata nº2, Opus 35. Marcha fúnebre.
Otras referencias cortazarianas
a colación de Chopin:
"Lejana"
Yo veía saludar a Elsa Piaggio entre un
Chopin y otro Chopin, pobrecita, y de mi platea se salía abiertamente a la
plaza, con la entrada del puente entre vastísimas columnas.
"La vuelta al día en ochenta
mundos"
Primero, elimina eso de "la
física y la metafísica", que parecen las dos manivelas
del futbolín.
Si tú, en el momento en que le untas la mantequilla
al pan (te recomiendo la de Santander, que es la mejor)
eres capaz de enlazar ese conjunto donde entran tu apetito,
los ingredientes citados y
un cuchillo con, por ejemplo, una frase de una sonata de
Chopin,
o uno de esos recuerdos recurrentes -que por algo
son recurrentes-, te darás cuenta de que al margen
de las asociaciones analógicas se abre una segunda opción, la de entender
el producto como realidad enriquecida ...
"Un tal Lucas" (Lucas, sus
desconciertos)
Allí por el año del gofio Lucas iba
mucho a los conciertos y dale con Chopin, Zoltan Kodaly, Pucciverdi y pare que
te cuento Brahms y Beethoven y hasta Ottorino Respighi en las épocas flojas.
Ahora no va nunca y se las arregla con los discos y la radio o silbando
recuerdos, Menuhin y Friedrich Gulda y Marian Anderson, cosas un poco
paleolíticas en estos tiempos acelerados
"El perseguidor"
-Eso es lo que no entenderán nunca -me ha dicho-. Son
como un mono con un plumero, como las chicas del conservatorio de Kansas City
que creían tocar Chopin, nada menos