Pero esa noche ve aparecer al cantautor de
protesta en el escenario del pub, ve su silueta avanzar desde el fondo,
alta, desgarbada, rociada de aplausos y gritos mordidos, tanto que de
golpe se hace difícil precisar si lo alientan o lo amenazan, y
acomodarse con su guitarrita criolla en el taburete alto que han
instalado en el proscenio, ve cómo un haz luminoso disparado desde el
techo lo entuba de brillo y recorta su cabeza enrulada y el contorno de
sus anteojos de miope, los dos hallazgos más persistentes de su
iconografía personal –además, claro, de la sempiterna sonrisa, tan
inseparable de su rostro que más de una vez la han atribuido a una forma
benévola de atrofia muscular-, intactos, todos, a pesar de los siete
años de exilio, y de algún modo puestos de relieve por el mameluco
blanco que lleva puesto, uno de esos “carpinteros” que se abrochan a la
altura del pecho y que usan no los carpinteros, que no han visto uno ni
pintado, sino las mujeres embarazadas, las maestras jardineras y los
actores que, hartos de probar suerte en audiciones multitudinarias y ser
rechazados, terminan asilándose en el mundo de las obras de teatro para
chicos o las comedias musicales, lo único nuevo, por otra parte, que
parece haberse traído del molino sin luz ni agua potable en el que dicen
que vivió en las afueras de Madrid, eso, el mameluco blanco, y una
canción que esa noche no tarda en cantar, primicia para todos y
revelación total para él, que al escucharla cree comprender algo
decisivo para su vida –esa noche lo ve, él, que solo lo conoce por las
tapas de sus discos, las fotos de las revistas, las presentaciones en
programas de televisión, y se pregunta estupefacto a quién puede
habérsele pasado por la cabeza que pueda ser peligroso, que valga la
pena hostigarlo, hacerle la vida imposible, forzarlo a dejar el país,
borrar del mapa sus canciones.
Y sin embargo, si tuviera que elegir en ese momento algo en el mundo que hable de él, algo que lo nombre y que él no pueda eludir por más que quiera, porque lo que nombra es una especie de núcleo idiota y recóndito que ni él mismo se ha atrevido aún a nombrar, él elegiría tres versos de la canción que el cantautor de protesta estrena esta noche (...)que canta prop primera vez en su ciudad, en su país, en los que, como confiesa antes de ejecutarla, no ha dejado de pensar mientras la componía, encienden la verdad que él llevaba grabada en secreto. Hay que sacarlo todo afuera / Como la primavera / Nadie quiere que adentro algo se muera.
Historia del llanto, Alan Pauls
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