La deshumanización se representa en la pérdida de
personalidad y en el despojado de autonomía e individualidad; los presos
rechazados por sus familias y abandonados por la sociedad, ejecutados por sus
crímenes penales, permanecen anónimos en el cementerio estatal. Los asesinos
permanecerán “su eternidad” siendo dígitos, privados de nombre sobre las cruces
que los evangelizan en la hora de su muerte, apestados hasta la animalización,
despojados de individualidad, fuera de una humanidad que los considerara seres
anominales, en un cementerio estatal higiénico más parecido conceptualmente a
una fosa común. Ahí reposan, de espaldas a la sociedad, deyectados por quienes
fijaron las normas de convivencia y las leyes que los aniquilaron, los
ejecutados por el Estado norteamericano.
Las imágenes con las que abre su documental Werner Herzog
recuerdan a aquellas otras que sus compatriotas y compañeros generacionales
realizaron en 1978 sobre la convulsión ética y política causada por el
terrorismo de Estado que a finales de los 70 el gobierno de la República
Federal Alemana ejecutó contra los miembros del grupo terrorista RAF. “Nadie
quiere enterrarse junto a los terroristas”, se comenta a lo largo de Otoño
en Alemania; “Nadie quiere sepultar a un
terrorista”.
Herzog comienza su corrosivo Into the Abyss mostrando el servilismo conformista del párroco
encargado de conversar y ofrecer la extrema unción a los presos que abandonan
el pasillo de la muerte para recibir la inyección letal. Discurso de un
cristianismo atávico y repugnante, el que le ofrece el cura a Herzog, incapaz
de alterar lo érroneo de los sistemas humanos y proyectándolo a lo divino como
causa justa de las leyes de Dios. “¿Por qué Dios permite la pena capital?” Le
pregunta el director, “No sé la respuesta”, responde humillado el párroco.
Si bien, de las palabras del párroco subyacen
reivindicaciones contra la pena de muerte, las mismas que le declara
explícitamente al inicio del documental Herzog a Michel Perry, mientras éste
espera en el corredor de la muerte. Queriendo ser Dios, yendo contra aquello
que siendo humano se eleva a más altas instancias de fe, sabiendo que si
pudiera revelarse, la decisión del párroco sería desmontar la falacia
discursiva que lleva a un ser humano a ser ejecutado. Si él pudiera decidir, lo
haría como aquella otra vez que pudo frenar su coche y salvar de ser
atropellado por su carrito de golf a dos ardillas. Conformismo que proviene de
su cargo y de su alza cuellos, inherente, consustancial; evidente e intencional
carencia de una visión global suficiente como para defender y proteger al ser
humano de sí mismo y de sus creaciones legales y de fe.
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