jueves, 10 de febrero de 2011

Circuncines 2. Lang y Goebbles

Nuestra historia la deberíamos iniciar a principios de los años 30 en Berlín. Murnau acaba de fallecer en un accidente de tráfico en Santa Mónica, Lubitsch vive cómodamente en Hollywood y Pabst se ha instalado en París, por lo que Fritz Lang es el único de los grandes directores de entreguerras que permanece en Alemania.

Si bien tras el estreno en 1931 de “M el vampiro de Duserdorff”, el director comienza a ser cuestionado y a recibir amenazas de miembros del partido Nacionalsocialista por considerar el film un alegato velado contra las actuaciones del partido Nazi.


Pero Lang no sólo hace oídos sordos a tales amenazas sino que continúa en su empeño de radiografiar críticamente la aplastante subida del partido nazi al poder.

Tal es así que ante el encargo de realizar una secuela de “Mabuse”, Lang, junto a Thea Von Harbou, su esposa y coguionista de la casi totalidad de sus filmes alemanes, decide escribir un guión en el que coloca los principales eslóganes del nacionalsocialismo en boca de un enfermo y demente criminal que vive recluido en un sanatorio psiquiátrico.


Las consecuencias no se hacen esperar. Recién acabada la película y antes de su estreno, algunos miembros del partido nazi acuden al despacho de Lang recomendándole que modifique la trama si quiere llegar a exhibirla.

La respuesta de Lang fue tan prepotente como ingenua: “Si creen que ustedes pueden prohibir en Alemania una película de Fritz Lang, adelante, inténtenlo”; como resulta evidente la película fue inmediatamente secuestrada, quedando Lang tácitamente amenazado por aquel ejemplo de indisciplina nacionalsocialista.

Días después, el director recibe una carta del recién nombrado Ministro de Propaganda citándole en su despacho. Sorprendentemente Goebbles le recibe con muestras de afecto y cordialidad, “Lo siento muchísimo”; le comenta; “pero hemos tenido que confiscar la película. Ése final no nos ha gustado”.


 Lang escucha y calla aunque no puede dejar de pensar en la manera de salir vivo de aquel despacho. “Pero no le hemos llamado para hablar de su última película”, continúa Goebbles; “le diré que tanto Albert Speer como el propio Fuhrer han quedado impresionados con “Metrópolis” y “Los Nibelungos”. Pensamos que usted es el hombre perfecto para llevar a cabo las grandes producciones nazis”.

Lang palidece y mira con cierta extrañeza al Ministro; “me complace su propuesta”, le responde,”pero ha de saber que mi madre es judía”.



Goebbles mantiene la seriedad ante aquella confesión y responde autoritariamente: “a partir de ahora Herr Lang; quién es o no judío lo decidimos nosotros”.

Esa misma noche Lang tomó un tren a París y abandonó Alemania, donde no regresaría hasta más de 20 años después. Allí quedó su compañera Thea Von Harbou; quien se convertiría en una fiel militante del partido nazi.

Nada volvería a ser como hasta entonces para el gran maestro, ya que no lograría encontrar su sitio ni en el París prebélico, ni el Hollywood receloso y MacCartista; ni siquiera en el Berlín de los años 50 que poco quería saber ya del viejo dinosaurio retornado.



Que Lang extrañó durante el resto de su vida aquellos primeros años en Alemania queda probado en el que significó su testamento cinematográfico. En su última aparición en “El desprecio” de Jean Luc Godard, Lang, interpretándose a sí mismo, le responde a Brigitte Bardot que, puestos a preferir, de entre todas sus películas se queda con “M”.

El Circuncines 2:




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