jueves, 29 de marzo de 2012

Sonidos de Rayuela. Capítulos 57, 70 y 147

Franz Liszt. Sueño de amor.

Cuando te despertás, con los restos de un paraíso entrevisto en sueños, y que ahora te cuelgan como el pelo de un ahogado: una náusea terrible, ansiedad, sentimiento de lo precario, lo falso, sobre todo lo inútil.

¿Por qué tan lejos de los dioses? Quizás por preguntarlo. (…) El día en que verdaderamente sepamos preguntar habrá dialogo. (…) Hay que abrir de par en par las ventanas y tirar todo a la calle, pero sobre todo hay que tirar también la ventana, y nosotros con ella.

Sonidos de Rayuela. Capítulos 107, 113 y 30

Gustav Mahler. Kindertotenlieder I

La mejor cualidad de mis antepasados es la de estar muertos; espero modesta pero orgullosamente el momento de heredarla.

Pequeño ataúd, caja de cigarros, Caronte soplará apenas y cruzarás el charco balanceándote como una cuna. La barca es para adultos solamente. Damas y niños gratis, un empujón y ya del otro lado. Una muerte mexicana, calavera de azúcar; Totenkinder lieder... (…) Una rayuela en la acera: tiza roja, tiza verde. CIEL. La vereda, allá en Burzaco, la piedrita tan amorosamente elegida, el breve empujón con la punta del zapato, despacio, despacio, aunque el Cielo esté cerca, toda la vida por delante.

Sonidos de Rayuela. Capítulo 29

1.     Anibal Troilo (Edmundo Rivero). Mi noche triste.

Oliveira abrió el cajón de la mesa de luz y sacó la yerba y el mate. Empezó a cebar despacio, mirando a un lado y a otro. La letra de Mi noche triste le bailaba en la cabeza. Calculó con los dedos. Jueves, viernes, sábado. No. Lunes, martes, miércoles. No, el martes a la noche, Berthe Trépat, me amuraste / en lo mejor de la vida, miércoles (una borrachera como pocas veces. N.B. no mezclar vodka y vino tinto), dejándome el alma herida / y espinas en el corazón, jueves, viernes, Ronald en un auto prestado, visita a Guy Monod como un guante dado vuelta, litros y litros de vómitos verdes, fuera de peligro, sabiendo que te quería / que vos eras mi alegría / mi esperanza y mi ilusión, sábado, ¿adónde, adónde?

Oliveira miró el diario y se cebó otro mate. Lucca, Montevideo, la guitarra en el ropero / para siempre está colgada... Y cuando se mete todo en la valija y se hacen paquetes, uno puede deducir que (ojo: no toda deducción es una prueba), nadie en ella toca nada / ni hace sus cuerdas sonar. Ni hace sus cuerdas sonar.



2.      Julio de Caro. Quejas de Bandoneón.

Sos dostoievskianamente asqueroso y simpático a la vez, una especie de lameculos metafísico. Cuando te sonreís así uno comprende que no hay nada que hacer…

Vamos a hacer café, a esta hora se siente la noche aunque no se la vea.

martes, 27 de marzo de 2012

El misterio Picasso. HENRI-GEORGES CLOUZOT, 1956. Francia

Hogar en verde. Óleo sobre tabla entelada. 30cm x 40 cm. 2008

Sonidos de Rayuela. Capítulos 85, 150, 95 y 146

Edgard Varese. Octandre for Flute, Clarinet, Oboe, Horn, Bassoon, Trumpet, Trombone and Double Bass.

Las vidas que terminan como los artículos literarios de periódicos y revistas, tan fastuosos en la primera plana y rematando en una cola desvaída, allá por la página treinta y dos, entre avisos de remate y tubos de dentífrico…

Estimado Señor: ¿Ha señalado alguno de sus lectores la escasez de mariposas este año?

Sonidos de Rayuela. Capítulo 154

Stravinski. Symphonies of Wind Instruments.

…y en mitad de la alegría sentirse triste y sucio, con la piel cansada y los ojos legañosos, oliendo a noche sin sueño, a ausencia culpable, a falta de distancia para comprender si había hecho bien todo lo que había estado haciendo o no haciendo esos días, oyendo el hipo de la Maga, los golpes en el techo, aguantando la lluvia helada en la cara, el amanecer sobre el Pont Marie, los eructos agrios de un vino mezclado con caña y con vodka y con más vino, la sensación de llevar en el bolsillo una mano que no era suya, una mano de Rocamadour, un pedazo de noche chorreando baba, mojándole los muslos, la alegría tan tarde o a lo mejor demasiado pronto, todavía inmerecida, pero entonces, tal vez, vielleicht, maybe, forse, peut-être, ah mierda, mierda, hasta mañana maestro, mierda mierda infinitamente mierda, sí, a la hora de visita, interminable obstinación de la mierda por la cara y por el mundo, mundo de mierda, le traeremos fruta, archimierda de contramierda, supermierda de inframierda, remierda de recontramierda, dans cet hôpital Laennec découvrit l´auscultation: a lo mejor todavía...

lunes, 26 de marzo de 2012

Blow-up. MICHELANGELO ANTONIONI, 1966, Italia. Según Julio Cortázar


Hablando de paraísos, no sé por qué me acuerdo intensamente de Vanessa Redgrave y de que usted me pide una opinión sobre los cambios que introdujo Michelangelo Antonioni en Las babas del diablo para Ilegar a Blow-up. 


Este tema no tiene la menor importancia en sí, pero vale como una oportunidad para defender a Antonioni de algunas acusaciones injustas, aunque el tiempo transcurrido le dé a la defensa ese aire más bien lúgubre de las rehabilitaciones que suelen practicarse en la URSS. Cualquiera que nos conozca un poco sabe que tanto Antonioni como yo tendemos resueltamente a la mufa, razón por la cual nuestras relaciones amistosas consistieron en vernos lo menos posible para no hacernos perder recíprocamente el tiempo, delicadeza que ni el ni yo solemos encontrar en quienes nos rodean. Antonioni empezó por escribirme una carta que yo tomé por una broma de algún amigo chistoso, hasta advertir que estaba redactada en un idioma que aspiraba a pasar por francés, prueba irrebatible de autenticidad. Me enteré así de que acababa de comprar por casualidad mis cuentos traducidos al italiano, y que en Las babas del diablo había encontrado una idea que andaba persiguiendo desde hacia años; seguía una invitación para conocernos en Roma. 


Allí hablamos francamente; a Antonioni le interesaba la idea central del cuento, pero sus derivaciones fantásticas le eran indiferentes (incluso no había entendido muy bien el final) y quería hacer su propio cine, internarse una vez más en el mundo que le es natural. Comprendí que el resultado seria la obra de un gran cineasta, pero que poco tenía yo que hacer en la adaptación y los diálogos, aunque la cortesía llevara a Antonioni a proponerme una colaboración a nivel de rodaje; le cedí el cuento sabiendo que en sus manos le acontecería lo que dice Ariel del ahogado en La tempestad:

Nothing of him that doth fade
But doth suffer a sea-change
Into something rich and strange.



Así fue, y es justo dejar en claro que Antonioni tuvo la más amplia libertad para apartarse de mi relato y buscar sus propios fantasmas; buscándolos se encontró con algunos míos, porque mis cuentos son más pegajosos de lo que parecen, y el primero que lo sintió y lo dijo fue Vargas Llosa y creo que tenía razón. Vi la película mucho después de su estreno en Europa, una tarde de lluvia en Amsterdam pagué mi entrada como cualquiera de los holandeses allí congregados y en algún momento, en el rumor del follaje cuando la cámara sube hacia el cielo del parque y se ve temblar las hojas, sentí que Antonioni me guiñaba un ojo y que nos encontrábamos por encima o por debajo de las diferencias; cosas así son la alegría de los cronopios, y el resto no tiene la menor importancia.

"Papeles inesperados". Julio Cortázar.

Más Antonionis:

Sonidos de Rayuela. Capítulo 112

Pierre Boulez. Le Marteau Sans Maitre.

En suma, lo que me repele en “emprendió el descenso” es el uso decorativo de un verbo y un sustantivo que no empleamos casi nunca en el habla corriente; en suma, me repele el lenguaje literario (en mi obra, se entiende) ¿Por qué?

Sonidos de Rayuela. Capítulo 122

Erroll Garner. How high the Moon.

Y ya que estamos, ahí hay una enfermera que empieza a preguntarse si somos un sueño o un par de vagos. ¿Qué va a pasar? Si viene a echarnos, ¿es una enfermera que nos echa o un sueño que echa a dos filósofos que están soñando con un hospital donde entre otras cosas hay un viejo y una mariposa enfurecida?

Sonidos de Rayuela. Capítulo 145

Sufjans Stevens. Riffs and variations on a single note for the kings of swing, 21.

Y, por Dios —no vaciló en confesarlo— yo deseo esquivarme tanto de vuestro Arte, señores, como de vosotros mismos, pues no puedo soportaros junto con aquel Arte, con vuestras concepciones, vuestra actitud artística y con todo vuestro medio artístico!

domingo, 25 de marzo de 2012

Sonidos de Rayuela. Capítulo 123

Serguei Rachmaninov. Clara Rockmore, Theremin. Vocalise.

Respirando con esfuerzo murmuró: «Maga», murmuró «París», quizá murmuró: «Hoy.» Sonaba todavía a lejano, a hueco, a realmente no vivido. Se volvió a dormir como quien busca su lugar y su casa después de un largo camino bajo el agua y el frío.

sábado, 24 de marzo de 2012

Sonidos de Rayuela. Capítulo 155

1.     Clark Terry. No problem.

Es increíble, de un pantalón puede salir cualquier cosa, pelusas, relojes, recortes, aspirinas carcomidas; en una de esas metés la mano para sacar el pañuelo y por la cola sacas una rata muerta, son cosas perfectamente posibles.

Al llegar al Chien qui fume se tomaron dos vinos blancos, discutiendo los sueños y la pintura como posibles recursos contra la OTAN y otros incordios del momento.



2.     Carlos Gardel. Milonguita.
3.     Hugo del Carril y Sabina Olmos. La payanca.

Había un hueco entre el piano y la pared, y yo me escondía ahí para hacerme la paja. Mi tía tocaba Milonguita o Flores negras, algo tan triste, me ayudaba en mis sueños de muerte y sacrificio. La primera vez que salpiqué el parquet fue horrible, pensé que la mancha no iba a salir. Ni siquiera tenía un pañuelo. Me saqué rápido una media y froté como un loco. Mi tía tocaba La Payanca, si querés te lo silbo, es de una tristeza...



4.     Hugo Wolf. Cuarteto de cuerda en Re menor. Scherzo.

La Maga tiene a Ossip, tiene distracciones, Hugo Wolf, esas cosas. En el fondo la Maga tiene una vida personal, aunque me haya llevado tiempo darme cuenta. En cambio yo estoy vacío, una libertad enorme para soñar y andar por ahí, todos los juguetes rotos, ningún problema.

viernes, 23 de marzo de 2012

Sonidos de Rayuela. Capítulos 76, 101, 144, 92, 103, 108 y 64

Alban Berg. Violin concerto To the memory of an Angel.

Oliveira estaba todavía en las manos, como siempre le atraían las manos de las mujeres, sentía la necesidad de tocarlas, de pasear sus dedos por cada falange, explorar con un movimiento como de kinesiólogo japonés la ruta imperceptible de las venas, enterarse de la condición de las uñas, sospechar quirománticamente líneas nefastas y montes propicios, oír el fragor de la luna apoyando contra su oreja la palma de una pequeña mano un poco húmeda por el amor o por una taza de té.

…lo único consolador a esa hora era el silencio, quedarse así uno contra otro, oyéndose respirar, viajando de cuando en cuando con un pie o una mano hasta el otro cuerpo, emprendiendo blandos itinerarios sin consecuencias, restos de caricias perdidas en la cama, en el aire, espectros de besos, menudas larvas de perfumes o de costumbre.

Qué silencio tu piel, qué abismos donde ruedan dados de esmeralda, cínifes y fénices y cráteres...

—París es gratis —citó la Maga—. Vos lo dijiste el día que nos conocimos. Ir a ver la clocharde es gratis, hacer el amor es gratis, decirte que sos malo es gratis, no quererte... ¿Por qué te acostaste con Pola?

jueves, 22 de marzo de 2012

El eclipse. MICHELANGELO ANTONIONI, 1962. Italia (2)

LA PERSISTENCIA DEL ECLIPSE (2). Acrílico sobre tabla entelada. 27cm X 19 cm.  2012

Sonidos de Rayuela. Capítulo 100


Art Blakey & Clifford Brown & Horace Silver. Confirmation.

Mi sobrino me dijo una vez que había estado en la luna. Le pregunté qué había visto. Me contestó: «Había un pan y un corazón.» —Un pan y un corazón —repitió Oliveira—. Sí, pero yo solamente veo un pan.    


Sonidos de Rayuela. Capítulo 143

Igor Stravinski. Tango For Piano.

Por la mañana, obstinados todavía en la duermevela que el chirrido horripilante del despertador no alcanzaba a cambiarles por la filosa vigilia, se contaban fielmente los sueños de la noche. Cabeza contra cabeza, acariciándose, confundiendo las piernas y las manos, se esforzaban por traducir con palabras del mundo de fuera todo lo que habían vivido en las horas de tiniebla.

No tenía ninguna fe en que ocurriera lo que deseaba, y sabía que sin fe no ocurriría. Sabía que sin fe no ocurre nada de lo que debería ocurrir, y con fe casi siempre tampoco.

Sonidos de Rayuela. Capítulos 130, 151 y 152

Erik Satie.Gnossienne N°1.

Por mi parte, si bien he suprimido en mi casa cualquier superficie de reflexión, cuando, a pesar de todo, el vidrio inevitable de una ventana se empeña en devolverme mi reflejo, veo en él a alguien que se me parece. ¡Sí, que se me parece mucho, lo reconozco! ¡Pero no se vaya a pretender que soy yo! ¡Vamos! Todo es falso aquí. Cuando me hayan devuelto mi casa y mi vida, entonces encontraré mi verdadero rostro.

martes, 20 de marzo de 2012

Sonidos de Rayuela. Capítulo 28

1.     Fats Waller & Art Tatum. Honeysckle Rose.
2.     Arnold Schoenberg. Fantasy For Violin And Piano Accompaniment, Op 47.

Había una caja como de zapatos y la Maga de rodillas puso el disco tanteando en la oscuridad y la caja de zapatos zumbó levemente, un lejano acorde se instaló en el aire al alcance de las manos. Gregorovius empezó a llenar la pipa, todavía un poco escandalizado. No le gustaba Schoenberg pero era otra cosa, la hora, el chico enfermo, una especie de transgresión. Eso, una transgresión. Idiota, por lo demás.

De cuando en cuando se oía un ligero ronquido de Rocamadour, pero Gregorovius se fue perdiendo en la música, descubrió que podía ceder y dejarse llevar sin protesta, delegar por un rato en un vienés muerto y enterrado.



3.     Mario del Monaco & Orquesta. Core ingrato.

Que rompa el techo. Le voy a poner un disco de Mario del Monaco para que aprenda, lástima que no tengo ninguno. El cretino, bestia de porquería.


4.      Johannes Brahms. Sonata Op 34b In F For 2 Pianos.

-Ahora podremos escuchar lo que nos dé la gana -dijo la Maga. -Por ejemplo, una sonata de Brahms. Qué maravilla, se ha cansado de golpear. Espere que encuentre el disco, debe andar por aquí. No se ve nada.


5.     Arnold Schoenberg. Three piano pieces Nº1

-Demasiado cine -dijo Oliveira-. Pero este mate es como un indulto, che, algo increíblemente conciliatorio. Madre mía, cuánta agua en los zapatos. Mirá, un mate es como un punto y aparte. Uno lo toma y después se puede empezar un nuevo párrafo.


6.     Richard Wagner. El crepúsculo de los dioses, La muerte de Sigfrido y Marcha Fúnebre

Se oía llover en la ventana. "Schoenberg y Brahms", pensó Oliveira, sacando un Gauloise. "No está mal, por lo común en estas circunstancias sale a relucir Chopin o la Todesmusik para Sigfrido”.

Y en alguna parte de la casa, probablemente en el tercer piso, estaba sonando un teléfono. A esa hora, en París, cosa extraordinaria. "Otro muerto", pensó Oliveira. "No se llama por otra cosa en esta ciudad respetuosa del sueño".

Un negativo. La inversión total... Lo más probable es que él esté vivo y todos nosotros muertos. Proposición más modesta: nos ha matado porque somos culpables de su muerte. Culpables, es decir fautores de un estado de cosas...


7.     Fritz Kreisler. Liebesleid.

-Yo adopté un aire virtuoso, y al pasar a su lado alcé la mano y le dije: "Madame, la muerte es siempre respetable. Este joven se ha suicidado por penas de amor de Kreisler". Se quedó dura, créanme, me miraba con unos ojos que parecían huevos duros.


8.      Jelly Roll Morton. Big Lip Blues. (Wynton Marsalis)

Ronald, sentado a lo sastre, canturreaba Big Lip Blues pensando en Jelly Roll que era su muerto preferido.


9.     Thelonious Monk. I Surrender, Dear.

-¿Y vos te conformás con que no haya una explicación?
-No -dijo Etienne-, pero al mismo tiempo hago cosas que me quitan un poco el mal gusto del vacío. Y ésa es en el fondo la mejor definición del homo sapiens.
-No es una definición sino un consuelo -dijo Gregorovius, suspirando-. En realidad nosotros somos como las comedias cuando uno llega al teatro en el segundo acto. Todo es muy bonito pero no se entiende nada.

Pero hay tantas otras cosas absurdas, Horacio, tantas muertes o errores... No es una cuestión de número, supongo. No es un absurdo total como creés vos.
-El absurdo es que no parezca un absurdo -dijo sibilinamente Oliveira-. El absurdo es que salgas por la mañana a la puerta y encuentres la botella de leche en el umbral y te quedes tan tranquilo porque ayer te pasó lo mismo y mañana te volverá a pasar.


10.    Karlheinz Stockhausen. Takt 121-131.

-En el fondo -dijo Ronald- lo que a vos te molesta es la legalidad en todas sus formas. En cuanto una cosa empieza a funcionar bien te sentís encarcelado. Pero todos nosotros somos un poco así, una banda de lo que llaman fracasados porque no tenemos una carrera hecha, títulos y el resto. Por eso estamos en París, hermano, y tu famoso absurdo se reduce al fin y al cabo a una especie de vago ideal anárquico que no alcanzás a concretar.


¿Qué he hecho esta noche? Ligeramente monstruoso, a priori. Quizá se podría haber ensayado el balón de oxígeno, algo así. Idiota, en realidad; le hubiéramos prolongado la vida a lo monsieur Valdemar.

Sonidos de Rayuela. Capítulo 27

Sidney Bechet. Si tu vois ma mère.

París es un gran amor a ciegas, todos estamos perdidamente enamorados pero hay algo verde, una especie de musgo, qué sé yo.

- Hay que ser justos- dijo la Maga-. Pola es muy hermosa, lo sé por los ojos con que me miraba Horacio cuando volvía de estar con ella, volvía como un fósforo cuando se lo prende y le crece de golpe todo el pelo, apenas dura un segundo, pero es maravilloso, una especie de chirrido, un olor a fósforo muy fuerte y esa llama enorme que después se estropea. Él volvía así y era porque Pola lo llenaba de hermosura.

Sonidos de Rayuela. Capítulo 109

Edgar Varèse.  Hyperprism.

Sin tener que inventar los puentes, o coser los diferentes pedazos del tapiz, que de golpe hubiera ciudad, hubiera tapiz, hubiera hombres y mujeres en la perspectiva absoluta de su devenir…

lunes, 19 de marzo de 2012

Sonidos de Rayuela. Capítulo 26

Kenny Clarke. Wintersong.

En el fondo, dijo Gregorovius-, París es una enorme metáfora.

Sonidos de Rayuela. Capítulo 60

Jelly Roll Morton. Jungle Blues.

Morelli había pensado una lista de acknowledgments que nunca llegó a incorporar a su obra publicada. Dejó varios nombres: Jelly Roll Morton, Robert Musil, Dsetz Teitaro Suzuki, Vieira da Silva…    


Sonidos de Rayuela. Capítulo 141

Alban Berg. Wozzeck. Interlude

Así avanzaban por las páginas, maldiciendo y fascinados, y la Maga terminaba siempre por enroscarse como un gato en un sillón, cansada de incertidumbres, mirando cómo amanecía sobre los techos de pizarra.

sábado, 17 de marzo de 2012

El eclipse. MICHELANGELO ANTONIONI, 1962

LA PERSISTENCIA DEL ECLIPSE (1). Acuarela, collage, cordel sobre tabla entelada. 27cm X 19 cm.  2012

Sonidos de Rayuela. Capítulo 25

1.      Leo Ferré. Mon petit Voyou.

Pero era inútil, se callaría un momento esperando que ella dijese algo, y acabaría por preguntar, todos tenían siempre algo que preguntarle, era como si les molestara que ella prefiriese cantar Mon p’tit voyou o hacer dibujitos con fósforos usados o acariciar los gatos más roñosos de la rue du Sommerard, o darle la mamadera a Rocamadour.
-Alors, mon p’tit voyou –canturreó la Maga -, la vie, qu’est-ce qu’on s’en fout...



2.      Johnnie Temple. Skin and bones woman.

-Pero el amor también podría ser eso –dijo Gregorovius-. Qué maravilla estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como palomas. Una esperanza idiota, claro. Todos retrocedemos por miedo de frotarnos la nariz con algo desagradable. De la nariz como límite del mundo, tema de disertación.    


jueves, 15 de marzo de 2012

Sonidos de Rayuela. Capítulo 134

Haydn - Horn Concerto No. 1 in D I. Allegro.

Conviene saber que en un jardín planeado de manera muy rigurosa, en el estilo de “los parques a la francesa”, exige gran competencia, y muchos cuidados.   

Sonidos de Rayuela. Capítulo 24

1.     Lia Origoni (Léo Fèrré). Les amoureux du Havre.

Si no tiene inconveniente, en ese caso yo me quedaría con esta pieza. Me gusta, tiene fluido. Aquí se puede pensar, se está bien.
-No crea-dijo la Maga. A eso de las siete la muchacha de abajo empieza a cantar Les Amants du Havre. Es una linda canción, pero a la larga...
Puisque la terre est ronde, Mon amour t’en fais pas, Mon amour t’en fais pas.
-Bonito- dijo Gregorovius indiferente.


2.     Lester Young. Tea For Two.

-¿Horacio no va a volver?
-No. Horacio se va a ir por ahí, buscando cosas.    

Sonidos de Rayuela. Capítulos 124 y 128

Anton Von Webern. Cantata No 2, Op 31.

Pero había quedado casi sin palabras, sin gente, sin cosas y potencialmente, claro, sin lectores. El Club suspiraba, entre deprimido y exasperado, y era siempre la misma cosa o casi.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Sonidos de Rayuela. Capítulo 23

1. Bix Beiderbecke & Paul Whiteman. Sugar.

Oliveira se había puesto a mirar lo que ocurría en torno y que como cualquier esquina de cualquier ciudad era la ilustración perfecta de lo que estaba pensando y casi le evitaba el trabajo. En el café, protegidos del frío (iba a ser cosa de entrar y beberse un vaso de vino), un grupo de albañiles charlaba con el patrón del mostrador. Dos estudiantes leían y escribían en una mesa, y Oliveira los veía alzar la vista y mirar hacia el grupo de los albañiles, volver al libro o al cuaderno, mirar de nuevo. De una caja de cristal a otra, mirarse, aislarse, mirarse: eso era todo.



2.     Anton Von Webern. Variations For Orchestra, Op 30.

Recién entonces Oliveira se acordó de que le habían dado un programa. Era una hoja mal mimeografiada en la que con algún trabajo podía descifrarse que madame Berthe Trépat, medalla de oro, tocaría los "Tres movimientos discontinuos" de Rose Bob (primera audición), la "Pavana para el General leclerc", de Alix Alix (primera audición civil), y la "Síntesis Délibes-Saint-Saëns", de Délibes, Saint-Saëns y Berthe Trépat.
"Joder", pensó Oliveira. "Joder con el programa".

Empezaron a sonar los treinta y dos acordes del primer movimiento discontinuo. Entre el primero y el segundo transcurrieron cinco segundos, entre el segundo y el tercero, quince segundos. Al llegar al decimoquinto acorde, Rose Bob había decretado una pausa de veinticinco segundos. Oliveira, que en un primer momento había apreciado el buen uso weberniano que hacía Rose Bob de los silencios, notó que la reincidencia lo degradaba rápidamente. Entre los acordes 7 y 8 restallaron toses, entre el 12 y el 13 alguien raspó enérgicamente un fósforo, entre el 14 y el 15 pudo oírse distintamente la expresión "¡Ah, merde alors!" proferida por una jovencita rubia. Hacia el vigésimo acorde, una de las damas más vetustas, verdadero pickle virginal, empuñó enérgicamente el paraguas y abrió la boca para decir algo que el acorde 21 aplastó misericordiosamente. Divertido, Oliveira miraba a Berthe Trépat sospechando que la pianista los estudiaba con eso que llamaban el rabillo del ojo. Por ese rabillo el mínimo perfil ganchudo de Berthe Trépat dejaba filtrar una mirada gris celeste, y a Oliveira se le ocurrió que a lo mejor la desventurada se había puesto a hacer la cuenta de las entradas vendidas. En el acorde 23 un señor de rotunda calva se enderezó indignado, y después de bufar y soplar salió de la sala clavando cada taco en el silencio de ocho segundos confeccionado por Rose Bob. A partir del acorde 24 las pausas empezaron a disminuir, y del 28 al 32 se estableció un ritmo como de marcha fúnebre que no dejaba de tener lo suyo. Berthe Trépat Sacó los zapatos de los pedales, puso la mano izquierda sobre el regazo, y emprendió el segundo movimiento. Este movimiento duraba solamente cuatro compases, cada uno de ellos con tres notas de igual valor. El tercer movimiento consistía principalmente en salir de los registros extremos del teclado y avanzar cromáticamente hacia el centro, repitiendo la operación de dentro hacia afuera, todo eso en medio de continuos tresillos y otros adornos. En un momento dado, que nada permitía prever, la pianista dejó de tocar y se enderezó bruscamente, saludando con un aire casi desafiante pero en el que a Oliveira le pareció discernir algo como inseguridad y hasta miedo. Una pareja aplaudió rabiosamente, Oliveira se encontró aplaudiendo a su vez sin saber por qué (y cuando supo por qué le dio rabia y dejó de aplaudir).



3.     Franz Liszt. La campanella.
4.     Serguei Rachmaninov. Rapsodia en un tema de Paganini.

Mezcla de Liszt y Rachmaninov, la Pavana repetía incansable dos o tres temas para perderse luego en infinitas variaciones, trozos de bravura (bastante mal tocados, con agujeros y zurcidos por todas partes) y solemnidades de catafalco sobre cureña, rotas por bruscas pirotecnias a las que el misterioso Alix Alix se entregaba con deleite.





5.     Richard Strauss. Don Juan. Opus 20.

Vinieron los arpegios orgiásticos que anunciaban el final, se repitieron sucesivamente los tres temas (uno de los cuales salía clavado del Don Juan de Strauss), y Berthe Trépat descargó una lluvia de acordes cada vez más intensos rematados por una histérica cita del primer tema y dos acordes en las notas más graves, el último de los cuales sonó marcadamente a falso por el lado de la mano derecha, pero eran cosas que podían ocurrirle a cualquiera y Oliveira aplaudió con calor, realmente divertido.




6.     Leo Délibes. Les filles de Cadix.
7.     Camille Saint-Saens. El carnaval de los animales 7.
8.     Leo Délibes. Nocturno. Coppelia.
9.     Camille Saint-Saens. Danza macabra, opus 40.

La "Síntesis Délibes-Saint-Saëns" llevaba ya tres minutos o algo así cuando la pareja que constituía el principal refuerzo del público restante se levantó y se fue ostensiblemente.

El sincretismo fatídico no había tardado en revelar su secreto, aun para un lego como Oliveira; a cuatro compases de Le Rouet d´Omphale seguían otros cuatro de Les Fillex de Cadix, luego la mano izquierda profería Mon coeur s´ovre à ta voix, la derecha intercalaba espasmódicamente el tema de las campanas de Lakmé, las dos juntas pasaban sucesivamente por la Danse Macabre y Coppélia. Por eso cuando el señor de aire plácido empezó a reírse bajito y se tapó educadamente la boca con un guante, Oliveira tuvo que admitir que el tipo tenía derecho, no le podía exigir que se callara.







10.   Erik Satie. Gnossienne No5.

-En fin, usted reconocerá que Délibes...
-Un genio -repitió Berthe Trépat-. Erik Satie lo afirmó un día en mi presencia. Y por más que el doctor Lacour diga que Satie me estaba... cómo decir. Usted sabrá sin duda cómo era el viejo... Pero yo sé leer en los hombres, joven, y sé muy bien que Satie estaba convencido, sí, convencido. ¿De qué país viene usted, joven?




11.    Joe Jones. You Talk Too Much.

Todo lo que decía en alta voz hubiera podido decírselo a sí misma, París estaba lleno de gentes que hablaban solas por la calle, el mismo Oliveira no era una excepción, en realidad lo único excepcional era que estuviese haciendo el cretino al lado de la vieja, acompañando a su casa a esa muñeca desteñida, a ese pobre globo inflado donde la estupidez y la locura bailaban la verdadera pavana de la noche. "Es repugnante, habría que tirarla contra un escalón y meterle el pie en la cara, aplastarla como a una vinchuca, reventarla como un piano que se cae del décimo piso…”.

…le quedaba sentir, como una última luz que se va apagando en una enorme casa donde todas las luces se extinguen una por una, le quedaba la noción de que él no era eso, de que en alguna parte estaba como esperándose, de que ese que andaba por el barrio latino arrastrando a una vieja histérica y quizá ninfomaníaca era apenas un doppelgänger mientras el otro, el otro... "¿Te quedaste allá en tu barrio de Almagro? ¿O te ahogaste en el viaje, en las camas de las putas, en las grandes experiencias, en el famoso desorden necesario?




12.   Arnold Schoenberg. Noche transfigurada Op. 4.

Medio perdido, Oliveira se sacó el agua de los ojos con la mano libre, se orientó como un héroe de Conrad en la proa del barco. De golpe tenía tantas ganas de reírse.

"No hagamos literatura", pensó buscando un cigarrillo después de secarse un poco las manos con el calor de los bolsillos del pantalón. "No saquemos a relucir las perras palabras, las proxenetas relucientes. Pasó así y se acabó. Berthe Trépat... Es demasiado idiota, pero hubiera sido tan bueno subir a beber una copa con ella y con Valentín, sacarse los zapatos al lado del fuego. En realidad por lo único que yo estaba contento era por eso, por la idea de sacarme los zapatos y que se me secaran las medias. Te falló, pibe, qué le vas a hacer. Dejemos las cosas así, hay que irse a dormir. No había ninguna otra razón, no podía haber otra razón. “Si me dejo llevar soy capaz de volverme a la pieza y pasarme la noche haciendo de enfermero del chico." De donde estaba a la rue du Sommerard había para veinte minutos bajo el agua, lo mejor era meterse en el primer hotel y dormir. Empezaron a fallarle los fósforos uno tras otro. Era para reírse.