domingo, 8 de mayo de 2011

Cave of forgotten dreams. WERNER HERZOG. 2010. Francia, Alemania

Jamás nadie había entrado con una cámara de cine en la Cueva de Chauvet, en el sureste francés, donde en 1994 tres espeleólogos se toparon con las pinturas rupestres más antiguas hasta ahora descubiertas; pinturas y vestigios de vida humanos y animales pertenecientes al Paleolítico Superior, de hace más de 30.000 años (15.000 años anteriores a las de Altamira), cuando el homo sapiens convivía aún con el Neandertal.


Si alguna obsesión vertebra la obra de Werner Herzog ésa es la de la búsqueda de imágenes vírgenes, nuevas, auténticas, aún no pervertidas por una industria cinematográfica cada vez más alejada de su extraño lirismo y que desconfía de esa procura primitiva suya de lo que él denomina “verdad extática”, un concepto que provoca arcadas a los puristas defensores del cinema verité y que se fundamenta en trascender a la verdad de los hechos y las personas, modificándola, incluso dramatizándola, para así, transformada la verdad superfial en una nueva enfatizada, lograr alcanzar de una manera más física y al mismo tiempo emocional al espectador.

¿Que qué es la verdad extática? La verdad extática herzoguiana es preguntarle a los niños discapacitados, nacidos sin brazos y sin piernas, protagonistas de su documental “Futuro limitado” por sus sueños; la verdad extática es hacer cantar a un niño soldado nicaragüense con los ojos inundados en horror mientras mira a cámara abrazado a su Kalashnikov: “Qué te pasa chiquillo, qué te pasa, me preguntan en la escuela…”; la verdad extática es hacer mentir deliberádamente a la protagonista de “El país del silencio y la oscuridad”, sordociega a raíz de un accidente, al afirmar que la última imagen que recuerda con sus propios ojos es la de un saltador de ski surcando los cielos de los Alpes austriacos; la verdad extática es mostrar la reacción de la exmujer de Timoty Treadwell mientras escucha por unos cascos la angustia de éste mientras es devorado por un oso pardo para luego concluir que nadie más debe volver a escuchar esa grabación; la verdad extática es colgar a tu operador de cámara con una cuerda para que logre penetrar al interior de una gruta inaccesible tras una catarata para más tarde no mostrar esas imágenes y así preservar el secreto sagrado de su interior...


La verdad extática es entrar a la cueva de Chauvet y preguntarse si esas pinturas podrían considerarse la primera demostración del alma humana, si el alma oculta del hombre moderno despertó entonces por primera vez al reproducir en aquellas paredes su entorno y su reflejo, si en el silencio de la cueva lo que se escucha son los latidos del corazón de los espeleólogos o si sin embargo éstos pertenecen al eco de los de los habitantes del paleolítico que siguen retumbando en el lugar donde realizaban sus ritos chamanistas alrededor de una altar sobre el que corona un cráneo de oso. 

La verdad extática es abandonar la cueva, por primera vez captada en imágenes cinematográficas, pidiendo perdón al espíritu del los artistas paleolíticos por haberles molestado; y la verdad extática es también concluir con un “nunca lo sabremos. Nosotros vivimos encerrados en la historia, y ellos no”.


"La cueva de los sueños olvidados" queda envuelto en esa extraña poética que tan significativamente define al cine de Herzog; bajar con él a la cueva Chauvet se convierte en un viaje estético, cuasimístico y espiritual. Las pinturas, de una belleza picasiana deslumbrante, (a nuestros ojos pervertidos diríamos que incluso propias de la vanguardia expresionista del Siglo XX -de Franz Marc, Kirchner o August Macke por ejemplo-) son rodadas durante toda la primera parte del documental con luces frías y concentradas, expresionistas, de manera en que se pueda escarbar en el alma atormentada de las paredes y pinturas y no sólo en su propia materialización; tratando de simular el mismo juego de luces y sombras que pudieron haber producido las antorchas 32.000 años antes mientras servían para así poder ser pintados en relieve, sirviéndose de las hendiduras y convexidades de la roca, los caballos, los leones, los mamuts, los osos, los tigres; o incluso un precedente mitológico asombroso, las piernas de una mujer de cuyo sexo brota un mamut: el origen del minotauro y la consolidación de los arquetipos sexuales.


Los juegos de sombras y luces dotan de movimiento a las pinturas (una técnica que llevó hasta sus últimas consecuencias plásticas Val del Omar en “Fuego de Castilla”), en lo que el propio Herzog reconoce como la primera expresión de protocine: muchos de los animales son representados tratando de mostrar movimiento, ya que de un solo cuerpo brota una secuencia de patas (ocho o doce) con la que se trata de imitar las distintas fases del movimiento de las extremidades de los animales.

El expresionismo y el romanticismo, las dos corrientes más puramente alemanas, trascienden a lo largo de todo el viaje interior al corazón de la historia del homo sapiens (“yo más bien lo denominaría “homo Spiritualis”, sentencia uno de los paleontólogos frente a la cámara"). “Algo de melodramático, de poema romático, de ópera de Wagner posee este paisaje”, afirma Herzog al contemplar el paraje donde fue localizada la cueva en 1994 por tres espeólogos franceses. Un paraje que nos recuerda a los entornos húmedos y brumosos de “Corazón de Cristal”, en especial cierta arcada superior realizada en la roca por la erosión del río Ardeche, el Pont d’arc, y en cuya base bien podría descansar el visionario Ilias mientras proclama el final de una era.


Pero además Herzog, como ocurre en todos sus documentales y ficciones, no puede olvidarse de sus personajes, excéntricos y sabios, locos genios obsesionados con su trabajo como él lo está con conseguir la verdad extática. Un paleontólogo que antes trabajó como malabarista en el circo y que tras entrar en la cueva durante semanas soñó con leones y mamuts prehistóricos; una científica entusiasmada con el estudio de la cueva que nos descubre, pintura a pintura, como el artista tenía un dedo torcido o como los leones macho de hace 30.000 años no tenían aún melena; un antropólogo ataviado con pieles de reno capaz de reconstruir un flauta de más 30.000 años de historia y tocar el himno de las barras y las estrellas para entre risas iluminadas afirmar que el lenguaje musical de entonces era ya pentatónico; el ex Presidente de la Sociedad de perfumistas que se dedica a olisquear entre las rocas en busca de escapes de aire de otro tiempo que provengan de cuevas hasta hoy no descubiertas y donde pueden permanecer durmiendo nuevos tesoros antropológicos; un paleontólogo que nos muestra con escasa pericia como matar un caballo mediante una lanza de silex (“Espera un momento”, le dice el Herzog “¡pero ellos lo harían mejor!”)…


La música del gran violoncelista Ernst Reijseger, fiel colaborador de Herzog -como lo fue en los años 70 y 80 Popol Vuh, el grupo de rock progresivo de Florian Fricke- desde que compuso en 2004 “Requiem for a dying planet”, utilizada como banda sonora en “The White diamond” y “The wild blue yonder”, confiere a las imágenes, pausadas y contemplativas de las escenas finales en las que se muestran con detalle las pinturas así como la estructura de calcita del interior de la cueva, una atmósfera de belleza sublimada que trasciende la realidad física, una explosión estética asombrosamente emocionante -tan propia del cine de Herzog-, en parte escamoteada y nada mejorada por la técnica en 3D utilizada para rodar el documental. Porque sí, Werner Herzog, el cineasta salvaje, el del discurso naturalista antitecnológico (de “Heracles” hasta “10 minuts older”, de “Fata Morgana” a “Donde sueñan las hormigas verdes”) utiliza, en lo que puede considerarse el único error del documental (junto al sobredoblaje al inglés obligado por el canal televisivo Historia) el estereoscopio; una técnica que apenas aporta nada y perjudica seriamente la fotografía del film –oscurecidísimo, con evidente falta de nitidez, decolorido…-, y que el director alemán eligió, pese a su escepticismo por esta técnica, ilusionado por poder mostrar de la mejor manera posible la magnificencia de la cueva.


LA ESCENA DAGUERROTIPO:

La película finaliza con un epílogo genial y típicamente Herzogiano. A tan sólo 30 kilómetros de la cueva Chauvet se encuentra una central nuclear en cuyo alrededor, y debido al efecto del calor de sus turbinas y reactores, se ha desarrollado un microclima cuasitropical en el que viven, entre otros anfibios, cocodrilos, muchos de ellos albinos debido a las mutaciones. Esta extraña coincidencia le sirve a Herzog para construir un discurso sobre “el otro”, el verdadero significado del progreso y el desarrollo y la transformación y vulnerabilidad del ser humano. 

“¿Qué pensarán estos cocodrilos albinos sobre las pinturas de la cueva Chauvet?”, se pregunta Herzog; “nunca lo sabremos”.


Otros daguerrotipos sobre Werner Herzog:

5 comentarios:

  1. Hermes Ortega González8 de mayo de 2011, 5:32

    Habrá que verla, aunque sea vía emule. Un saludo insular

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  2. Es la primera vez que un 3D no me decepciona; creo que sí que funciona en este filme, no se usa de forma gratuita. A pesar de haberme parecido un gran documental -estoy contigo en que el epílogo es la guinda de la película- me chirrían algunas cosas como cuando se habla con extrema seguridad de lo que han de ser hipótesis. Me fascinan las pinturas con esos trazos que dotan de movimiento a los animales; me cuesta creer que tengan 30.000 años; mi perspectiva diminuta ante la imponente Historia no sé si me deja más fascinada o desubicada.
    Buenísima la crítica, Fol.
    PD: No vi el sexo de mujer en esa protuberancia de la roca.
    PD: Había un mono y no reperaron en él... ¿o fui yo la única que lo vio???

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  3. PD. La mujer minotauro era dura de ver, cierto. Por eso digo lo del 3D, en el trailer se ven las pinturas con muchísimo más color y nitidez que en la pantalla de cine.
    PD. Era un mono ¿verdad? Con manitas circulares como ruedas... ¿verdad?
    FOL

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  4. Hola!

    Sabéis dónde puedo descargarla?

    Atentamente,


    Á.

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  5. Aquí la puedes conseguir:
    http://scalisto.blogspot.com.es/2012/04/werner-herzog-cave-of-forgotten-dreams.html

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