lunes, 1 de noviembre de 2010

My son, My son, what have ye done? WERNER HERZOG. USA, 2010

¿Qué ocurriría si Lope de Aguirre o Cobre Verde o Fitzcarraldo, alguno de los megalómanos y visionarios personajes que vertebran la obra de ficción de Werner Herzog, hubiera nacido a principios del siglo XXI en una zona residencial a las afueras de San Diego? Ni hubiera buscado el Dorado revelándose contra Dios y la corona de Castilla, eso es indudable, ni se hubiera dedicado a la trata de esclavos y a la formación de un ejercito de guerreras africanas, la ley parece impedirlo, ni mucho menos hubiera soñado con hacer ascender un barco cargado de caucho por una colina que separa dos ríos. Son otros tiempos.

¿Pero qué le queda a este tipo de personaje iluminado, obsesionado hasta el límite con su misión, enfrentado con los elementos y en especial con la naturaleza, romántico empedernido, megalómano exhibicionista… reencarnación titánica del mito clásico; qué le queda, pues, en una sociedad como la actual en la que pasaría por enfermo mental, incomprendido, desintegrado social y peligro público? El propio Herzog ha querido dar algunas respuestas a lo largo de su filmografía: quizás parapetarse en una fortaleza para amenazar y luchar contra todos, “incluso contra el curso del Sol” como ocurre en “Signos de vida”, quizás atracar un banco mientras los gallos bailan polcas sobre la mesa de la cocina como en “Stroseck”, quizás conquistar las cimas del mundo, como en “Grito de Piedra” y  “Gasherbrum”… quizás, y este es el caso, matar a su madre.


Llevaba tiempo Herzog, mucho, demasiado, sin hacer una ficción digna de la fuerza y la poesía de aquellas otras con las que nos acostumbró hasta los años 80. Mientras sus documentales y films experimentales han seguido mostrando el verdadero espíritu del director (el de buscar imágenes vírgenes, el de alcanzar la verdad extática de los hechos, el de circunvalar las obsesiones humanas; el de buscar la belleza en el horror), sus escasas ficciones, desde “Invencible”, pasaban por ser meros productos desencantados, asfixiados, sin alma ni personalidad, extraños híbridos que no convencían ni como películas comerciales ni mucho menos como obras de autor.


Pero ha tenido que aparecer David Lynch y proporcionarle una libertad añorada produciéndole la película, para que Herzog haya recuperado parte del lirismo y la valentía que solía invadirle antaño a la hora de rodar una película. No es Fitzcarraldo, claro, ni Woyzeck; pero algo es algo.


Dos agentes de policía (destacando William Defoe), recién salidos de la anterior película de Herzog, acuden a una urbanización donde se ha cometido un crimen. Una de las vecinas ha sido asesinada supuestamente a manos de su hijo, Brad (Michael Shannon), que ahora se hace llamar Farouk, y que se ha encerrado en el interior de su casa junto a dos rehenes. Mientras se efectúa el acercamiento y las negociaciones en clave paródica y surrealista, tan propia de Herzog, entre los policías y el parricida, se comienza a construir su vida mediante las declaraciones de sus vecinas y los recuerdos de su prometida (Chloe Sevigny) y del director de una obra de teatro clásico donde Brad había participado como actor  (el gran Udo Kier) y en la que interpretaba a Orestes en el mito griego; ese mismo que fue perseguido por parricida.


La película se construye a través de flash backs en los que se observa la deriva mental del protagonista en cuanto a sus relaciones con sus amigos, sus compañeros de teatro, su novia y su madre castrante, casi hitchcockiana. Y cada flash back le sirve a Herzog, aprovechando la inquietante e hipnótica música de cello de Ernst Reijseger (que ya había empleado en “Diamante blanco” y “The wild blue younder”), para recuperar su bizarro imaginario mediante, a veces ingenuos, a veces deslumbrantes, ejercicios de estilo repletos de panorámicas, de atmósferas irreales y oníricas, de rupturas narrativas, de elementos que de tan simbólicos podrían ser tanto suyos, como de Lynch o como del mismo Buñuel, de una fotografía brillante y clareada y de unas imágenes de una fuerza visual demoledora.


ESCENA DAGUERROTIPO

Brad camina por un parque junto a su novia, mientras continúa con su discurso mesiánico. Al llegar a una pequeña colina desde donde se divisa la ciudad de San Diego, la bautiza ciudad de Dios, sirviéndose de San Agustín, y la unge y corona colocando entre las ramas de un árbol una pelota de baloncesto; a modo de instrumento de herencia y transmisión mágico-profética. Ella permanece muda.


Continúan caminando y penetran en el parque. Detrás de ellos se juega al béisbol, alguien hace footing, lanza frisbees o anda en bicicleta. De pronto, mientras ellos caminan en dirección a la cámara, a su espalda la escena se ralentiza, “¿Has visto eso, el mundo entero casi se detuvo?”); aunque quién sabe si sólo en la mente de Brad.

DÓNDE

http://www.mejorenvo.com/descargar-pelicula-6105.html

3 comentarios:

  1. Es indudable que Herzog es un genio de la talla de los más grandes. Capaz de sorprender en cada nuevo trabajo, con este me dejó maravillado y, como bien apuntas, se le podría comparar con el Lynch más simbólico. Una gran película.
    Saludos
    Por cierto, me encanta la imágen de Nosferatu del título de tu blog. (apuntado quedas a mi blogroll).

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  2. Ya sabes que mi relación con Herzog no es tan intensa como la tuya... quizás el hecho de trabajar con un ayudante de dirección suyo y sufrir su carácter (herencia del maestro, parece ser) me indispuso hacia su obra, al menos la de ficción.
    Aún así, me leeré con atención el libro que iba a ser para ti pero al final será para mí.

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  3. ¿Cómo es posible que aún no se haya estrenado en cines?

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