1.
Fats
Waller & Art Tatum. Honeysckle Rose.
2. Arnold Schoenberg. Fantasy For Violin And Piano
Accompaniment, Op 47.
Había
una caja como de zapatos y la Maga de rodillas puso el disco tanteando en la
oscuridad y la caja de zapatos zumbó levemente, un lejano acorde se instaló en
el aire al alcance de las manos. Gregorovius empezó a llenar la pipa, todavía
un poco escandalizado. No le gustaba Schoenberg pero era otra cosa, la hora, el
chico enfermo, una especie de transgresión. Eso, una transgresión. Idiota, por
lo demás.
De
cuando en cuando se oía un ligero ronquido de Rocamadour, pero Gregorovius se
fue perdiendo en la música, descubrió que podía ceder y dejarse llevar sin
protesta, delegar por un rato en un vienés muerto y enterrado.
3.
Mario del Monaco & Orquesta. Core ingrato.
Que
rompa el techo. Le voy a poner un disco de Mario del Monaco para que aprenda,
lástima que no tengo ninguno. El cretino, bestia de porquería.
4. Johannes Brahms. Sonata Op 34b In F For 2 Pianos.
-Ahora
podremos escuchar lo que nos dé la gana -dijo la Maga. -Por ejemplo, una sonata
de Brahms. Qué maravilla, se ha cansado de golpear. Espere que encuentre el
disco, debe andar por aquí. No se ve nada.
5.
Arnold Schoenberg. Three piano pieces Nº1
-Demasiado
cine -dijo Oliveira-. Pero este mate es como un indulto, che, algo
increíblemente conciliatorio. Madre mía, cuánta agua en los zapatos. Mirá, un
mate es como un punto y aparte. Uno lo toma y después se puede empezar un nuevo
párrafo.
6.
Richard Wagner. El crepúsculo de los dioses, La muerte de
Sigfrido y Marcha Fúnebre
Se
oía llover en la ventana. "Schoenberg y Brahms", pensó Oliveira,
sacando un Gauloise. "No está mal, por lo común en estas circunstancias
sale a relucir Chopin o la Todesmusik para Sigfrido”.
Y en
alguna parte de la casa, probablemente en el tercer piso, estaba sonando un
teléfono. A esa hora, en París, cosa extraordinaria. "Otro muerto",
pensó Oliveira. "No se llama por otra cosa en esta ciudad respetuosa del
sueño".
Un
negativo. La inversión total... Lo más probable es que él esté vivo y todos
nosotros muertos. Proposición más modesta: nos ha matado porque somos culpables
de su muerte. Culpables, es decir fautores de un estado de cosas...
7.
Fritz Kreisler. Liebesleid.
-Yo
adopté un aire virtuoso, y al pasar a su lado alcé la mano y le dije:
"Madame, la muerte es siempre respetable. Este joven se ha suicidado por
penas de amor de Kreisler". Se quedó dura, créanme, me miraba con unos
ojos que parecían huevos duros.
8.
Jelly Roll Morton. Big Lip Blues. (Wynton Marsalis)
Ronald,
sentado a lo sastre, canturreaba Big Lip Blues
pensando en Jelly Roll que era su muerto preferido.
9. Thelonious Monk. I Surrender, Dear.
-¿Y
vos te conformás con que no haya una explicación?
-No
-dijo Etienne-, pero al mismo tiempo hago cosas que me quitan un poco el mal
gusto del vacío. Y ésa es en el fondo la mejor definición del homo sapiens.
-No
es una definición sino un consuelo -dijo Gregorovius, suspirando-. En realidad
nosotros somos como las comedias cuando uno llega al teatro en el segundo acto.
Todo es muy bonito pero no se entiende nada.
Pero
hay tantas otras cosas absurdas, Horacio, tantas muertes o errores... No es una
cuestión de número, supongo. No es un absurdo total como creés vos.
-El
absurdo es que no parezca un absurdo -dijo sibilinamente Oliveira-. El absurdo
es que salgas por la mañana a la puerta y encuentres la botella de leche en el
umbral y te quedes tan tranquilo porque ayer te pasó lo mismo y mañana te
volverá a pasar.
10.
Karlheinz Stockhausen. Takt 121-131.
-En
el fondo -dijo Ronald- lo que a vos te molesta es la legalidad en todas sus
formas. En cuanto una cosa empieza a funcionar bien te sentís encarcelado. Pero
todos nosotros somos un poco así, una banda de lo que llaman fracasados porque
no tenemos una carrera hecha, títulos y el resto. Por eso estamos en París,
hermano, y tu famoso absurdo se reduce al fin y al cabo a una especie de vago
ideal anárquico que no alcanzás a concretar.
¿Qué
he hecho esta noche? Ligeramente monstruoso, a priori. Quizá se podría haber
ensayado el balón de oxígeno, algo así. Idiota, en realidad; le hubiéramos
prolongado la vida a lo monsieur Valdemar.
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