1.
Anibal Troilo (Edmundo Rivero). Mi noche triste.
Oliveira
abrió el cajón de la mesa de luz y sacó la yerba y el mate. Empezó a cebar
despacio, mirando a un lado y a otro. La letra de Mi noche triste le bailaba en la cabeza. Calculó con los dedos. Jueves, viernes,
sábado. No. Lunes, martes, miércoles. No, el martes a la noche, Berthe Trépat, me
amuraste / en lo mejor de la vida, miércoles (una
borrachera como pocas veces. N.B. no mezclar vodka y vino tinto), dejándome
el alma herida / y espinas en el corazón,
jueves, viernes, Ronald en un auto prestado, visita a Guy Monod como un guante
dado vuelta, litros y litros de vómitos verdes, fuera de peligro, sabiendo
que te quería / que vos eras mi alegría / mi esperanza y mi ilusión, sábado, ¿adónde, adónde?
Oliveira
miró el diario y se cebó otro mate. Lucca, Montevideo, la guitarra en el
ropero / para siempre está colgada... Y cuando se mete
todo en la valija y se hacen paquetes, uno puede deducir que (ojo: no toda
deducción es una prueba), nadie en ella toca nada / ni hace sus cuerdas
sonar. Ni hace sus cuerdas sonar.
2.
Julio de Caro. Quejas de Bandoneón.
Sos
dostoievskianamente asqueroso y simpático a la vez, una especie de lameculos
metafísico. Cuando te sonreís así uno comprende que no hay nada que hacer…
Vamos
a hacer café, a esta hora se siente la noche aunque no se la vea.
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