Hablando de paraísos, no sé por qué me acuerdo
intensamente de Vanessa Redgrave y de que usted me pide una opinión sobre los
cambios que introdujo Michelangelo Antonioni en Las babas del diablo para
Ilegar a Blow-up.
Este tema no tiene la menor importancia en sí, pero vale como
una oportunidad para defender a Antonioni de algunas acusaciones injustas,
aunque el tiempo transcurrido le dé a la defensa ese aire más bien lúgubre de
las rehabilitaciones que suelen practicarse en la URSS. Cualquiera que nos conozca
un poco sabe que tanto Antonioni como yo tendemos resueltamente a la mufa,
razón por la cual nuestras relaciones amistosas consistieron en vernos lo menos
posible para no hacernos perder recíprocamente el tiempo, delicadeza que ni el
ni yo solemos encontrar en quienes nos rodean. Antonioni empezó por escribirme
una carta que yo tomé por una broma de algún amigo chistoso, hasta advertir que
estaba redactada en un idioma que aspiraba a pasar por francés, prueba
irrebatible de autenticidad. Me enteré así de que acababa de comprar por
casualidad mis cuentos traducidos al italiano, y que en Las babas del diablo
había encontrado una idea que andaba persiguiendo desde hacia años; seguía una
invitación para conocernos en Roma.
Allí hablamos francamente; a Antonioni le
interesaba la idea central del cuento, pero sus derivaciones fantásticas le
eran indiferentes (incluso no había entendido muy bien el final) y quería hacer
su propio cine, internarse una vez más en el mundo que le es natural. Comprendí
que el resultado seria la obra de un gran cineasta, pero que poco tenía yo que
hacer en la adaptación y los diálogos, aunque la cortesía llevara a Antonioni a
proponerme una colaboración a nivel de rodaje; le cedí el cuento sabiendo que
en sus manos le acontecería lo que dice Ariel del ahogado en La
tempestad:
Nothing of him that doth fade
But doth suffer a sea-change
Into
something rich and strange.
Así fue, y es justo dejar en claro que Antonioni
tuvo la más amplia libertad para apartarse de mi relato y buscar sus propios
fantasmas; buscándolos se encontró con algunos míos, porque mis cuentos son más
pegajosos de lo que parecen, y el primero que lo sintió y lo dijo fue Vargas
Llosa y creo que tenía razón. Vi la película mucho después de su estreno en
Europa, una tarde de lluvia en Amsterdam pagué mi entrada como cualquiera de
los holandeses allí congregados y en algún momento, en el rumor del follaje
cuando la cámara sube hacia el cielo del parque y se ve temblar las hojas,
sentí que Antonioni me guiñaba un ojo y que nos encontrábamos por encima o por
debajo de las diferencias; cosas así son la alegría de los cronopios, y el
resto no tiene la menor importancia.
"Papeles inesperados". Julio Cortázar.
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