Alban Berg. Violin
concerto To the memory of an Angel.
Oliveira
estaba todavía en las manos, como siempre le atraían las manos de las mujeres,
sentía la necesidad de tocarlas, de pasear sus dedos por cada falange, explorar
con un movimiento como de kinesiólogo japonés la ruta imperceptible de las
venas, enterarse de la condición de las uñas, sospechar quirománticamente
líneas nefastas y montes propicios, oír el fragor de la luna apoyando contra su
oreja la palma de una pequeña mano un poco húmeda por el amor o por una taza de
té.
…lo
único consolador a esa hora era el silencio, quedarse así uno contra otro,
oyéndose respirar, viajando de cuando en cuando con un pie o una mano hasta el
otro cuerpo, emprendiendo blandos itinerarios sin consecuencias, restos de
caricias perdidas en la cama, en el aire, espectros de besos, menudas larvas de
perfumes o de costumbre.
Qué
silencio tu piel, qué abismos donde ruedan dados de esmeralda, cínifes y
fénices y cráteres...
—París
es gratis —citó la Maga—. Vos lo dijiste el día que nos conocimos. Ir a ver la
clocharde es gratis, hacer el amor es gratis, decirte que sos malo es gratis,
no quererte... ¿Por qué te acostaste con Pola?
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