Nuestra historia debería comenzar el 14 de septiembre de 1977. Ese día un comando militar del ejército argentino irrumpió en casa de Roberto Carri y Ana María Caruso, dos intelectuales izquierdistas comprometidos activamente en la lucha propagandística contra el Régimen militar.
Desde aquel día, y al igual que en otros 30.000 casos, jamás se volvió a saber de ellos, pasando a engrosar esa tétrica y eufemística lista de “desaparecidos” de la dictadura militar.
Desde que en 1985 “La historia oficial” de Luis Puenzo abrió la veda del análisis mediante el cine de los crímenes de la dictadura de Videla y Masera, películas como “Garaje Olimpo”, “La noche de los lápices” o “Crónica de una fuga” han ahondado en un horror intencionalmente silenciado por los discursos oficiales y las leyes de amnistía y punto final. Aunque ninguna aproximación a aquel horror se parece a “Los rubios”, el inclasificable documental que en 2001 realizó Albertina Carri, hija de aquellos dos intelectuales desaparecidos en 1977.
A través de “Los rubios”, la directora trata de regresar a los espacios que 25 años antes habitaron sus padres, reconstruyendo su propia memoria más allá de los insuficientes y tópicos recuerdos obtenidos de los testimonios de vecinos y compañeros de militancia.
Mediante un ejercicio de metacine, Carri construye su documental creando una triple capa de imágenes: una documental protagonizada por ella misma y los conocidos de los desaparecidos, otra de ficción en la que su papel es representado por la actriz Analía Couceiro con el objeto de distanciar al espectador de su posición de víctima y una tercera de animación por stop motion de muñecos de Playmovil.
La directora que ya había empleado este mismo método para realizar un melodrama pornográfico sobre la liberal vida de la muñeca Barbie, lo recupera ahora para evocar el recuerdo del horror con los mismos ojos infantiles, de una niña de 6 años, con los que lo vivió y subestimó en su momento.
Padres, hijos y militares se convierten en juguetes que habitan felizmente en su granja hasta ser abducidos por unos extraterrestres. Esta reconstrucción infantil de una realidad más dolorosa con el tiempo que lo que lo fue en aquel momento para quien era una niña de tan sólo 5 años y que hoy apenas posee recuerdos propios de la tragedia, fue durísimamente criticada por los sectores izquierdistas argentinos por considerarla una banalización del dolor y una ofensa a lo sagrado de la tragedia.
Pero es justamente esto lo que más llama la atención y a la vez lo más atractivo de “Los rubios”, el hecho de que Carri jamás acude al sentimentalismo y se aleja del ritual colectivo y oficial de sublimar el dolor de las víctimas.
Mediante el cuestionamiento del discurso oficial tanto gubernamental como de la izquierda, Carri trata de reconstruir la memoria partiendo de la ausencia y del vacío, percatándose de que los testimonios acerca de sus padres por parte de los que fueron sus amigos resultan insuficientes para a quien no sólo le arrancaron a su familia sino también la imposibilidad de sentir de primera mano el dolor por esa desparación.
A Carri le queda únicamente un profundo resentimiento hacia todos, llegando a poner incluso en duda la militancia de sus padres respecto a sus obligaciones familiares. De ahí que “Los rubios” no sea una película sobre los desaparecidos durante la dictadura argentina sino sobre el vacío que éstos dejaron en los supervivientes.
Carri se reivindica como miembro de una generación aplastada por los discursos de sus padres, los autenticos protagonistas de la historia, sintiendo no sólo el fracaso del proyecto social que éstos emprendieron sino debiendo también soportar la presunción de generación inmóvil, cobarde e incapaz de sacrificarse. "Somos hijos del fracaso y esto no es cosa menor", llega a proclamar.
Pese a que el planteamiento de la historia y la estructura del film pueden considerarse incluso clásicos: alguien que trata de obtener información sobre sus padres desaparecidos, que salva mil y un obstáculos y que en un desenlace frustrado apenas logra conseguir nada, Carri destroza esa linealidad de manera irreverente como buena representante de esa generación de cineastas argentinos que se ha venido llamando Nuevo Cine y que se caracterizan por realizar un cine rabioso y completamente a contrapelo.
Así, Carri rompe continuamente la narratividad mediante la superposición de distintas sintaxis, estilos y lenguajes.
Destaca en este inventario de nuevas fórmulas y recursos la lección de metacine que la directora desarrolla cuando el equipo real de rodaje, capitaneado por la propia Carri, lee la carta redactada por el Instituto Nacional de Cine argentino, en la que se rechaza subvencionar el film por considerarlo paradójicamnete necesario por la importancia histórica de los protagonistas pero al mismo tiempo poco adecuado por no emplear un formato más tradicional y clásico de entrevistas.
Destacabale también es aquel momento en el que influenciada por Shoa, el monumento que Lanzmann realiza en los años 80 sobre el Holocausto nazi, Couceiro, la actriz que interperta el papel de Carri, lee con un tono aséptico y científico el informe sobre las dependencias del hotel Sheraton donde sus padres fueron torturados y asesinados.
“Los rubios” finaliza ahondando en un extraño síndrome psicológico que parece padecer la clase baja obrera argentina, la de la otredad del intelectual.
Preguntada una vecina sobre los desparecidos dice recordarles; gente amable, educada, añade, ambos rubios y flacos. Si bien, ninguno de ambos era ni rubio ni flaco. Este comentario, en apariencia superfluo, con el que el obrero identifica al intelectual mediante rasgos físicos propiamente occidentales, lo incorpora Carri en su última escena, cuando el equipo de rodaje, ataviado con pelucas rubias avanza hasta perderse en el horizonte mientras suena Charlie García. Disfrazados, convertidos en las imagenes que de los desaparecidos han persistido en la gente, caminan juntos como metáfora de una familia por fin reunida.
Para ver el Circuncines sobre los Rubios:
Me quedo con esta frase: Carri se reivindica como miembro de una generación aplastada por los discursos de sus padres, los autenticos protagonistas de la historia, sintiendo no sólo el fracaso del proyecto social que éstos emprendieron sino debiendo también soportar la presunción de generación inmóvil, cobarde e incapaz de sacrificarse. "Somos hijos del fracaso y esto no es cosa menor", llega a proclamar.
ResponderEliminarEn mi opinión no son los discursos de los padres los que aplastaron a la generación de la hija sino la sucesión tremenda de la dictadura militar y su reguero de muerte y terror seguida del menemismo y su secuela de individualismo hedonista, superficial y farandulero.
Hoy muchos de aquellos aplastados dicen despertarse de aquel mal sueño e interesarse por la política, por lo colectivo, por su poder transformador. Desde otro lugar reivindican el discurso de los padres (nada aplastante). Respeto lo de Carri porque cada proceso es personal pero me parece que no se puede generalizar como se hace en el post.
que feo que fue esto espero que no pase nunca mas
ResponderEliminar