Apenas llegué a Francia en 1951, descubrí el mercado de las pulgas y en uno de sus más extraños corredores, una tienda de viejos discos 78. Entre ellos, uno de nuestro gran cantor de tangos, Carlos Gardel, que compré de inmediato, sin tener siquiera un tocadiscos para escucharlo, tal era mi nostalgia. El vendedor, un viejo más bien jodón, miró el rótulo y meneó la cabeza. “Ah, sí, Gardel”, dijo con tono apreciativo. No pude contener mi alegría y le dije con orgullo que éramos compatriotas. Tras de lo cual, echando una mirada a mi pelo largo y despeinado, lanzó: “¿Argentino, usted? ¿Y la gomina?”.
Susana Rinaldi tampoco lleva pegoteado el pelo con esa especie de firma personal que nos ha dado una reputación entre halagadora y equívoca. Ha transcurrido medio siglo y nuestra manera de sentir y de interpretar el tango ha cambiado mucho. Pero si este cambio puede sorprender a los que siguen fieles a los orígenes de cualquier forma de arte (apoyados en la moda “retro” que remeda deliberadamente los aires 1920-1940), basta escuchar a Susana Rinaldi para descubrir que lo esencial permanece invariable y que el propio Gardel, muerto hace más de cuarenta años, sería el primero en admirar a la cantora más grande de nuestro tiempo.
"Para presentar a Susana Rinaldi (Papeles Inesperados)" JULIO CORTÁZAR
Esta entrada me llegó al alma... la Rinaldi, el objeto de su homenaje, y el texto que precede todo. Grande!
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