Julio de Caro. Mala Junta.
Sólo
las cosas simples y un poco viejas lo hacían sonreír: el mate, los discos de De
Caro, a veces el puerto por la tarde.
Talita
acabó por entender que a Oliveira le deba exactamente lo mismo estar en Buenos
Aires que en Bucarest, y que en realidad no había vuelto sino que lo habían
traído.
Carlos Gardel. Melodías de arrabal.
Traveler
se acordaba del Oliveira de los veinte años y le dolía el corazón, aunque a lo
mejor eran los gases de la cerveza.
A
propósito, manda decir la señora de Gatusso que si no le devolvés la antología
de Gardel te va a rajar una maceta en el cráneo -informó Talita.
Juan Cedrón. Veredas de Buenos Aires
A la
nochecita, antes de constituirse en el empleo, los Traveler bajaban a tomar
mate con don Crespo, y Oliveira caía también y escuchaban discos viejos en un
aparato que andaba por milagro, que es como deben escucharse los discos viejos.
Era
la mejor manera de hacer rabiar a Traveler, nómade fracasado. En vez de
insistir, templaba su horrible guitarra de Casa América y empezaba con los
tangos.
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