tu madre es una pu
rísima señora
que tiene la con ciencia
llena de pen
samientos
y tía Hilaria tan sacrificada y el abuelito
Víctor con sus piernas, él que sostenía a toda una familia repartiendo carbón de
las siete a las siete, el barrio, ese magma asqueroso de París, esa mezcla de
fuerza y basura moral, eso que no es el pueblo aunque vaya a saber lo que es el
pueblo pero ahora el barrio, las familias en el cine, los que votaron por
Pompidou porque ya no podían seguir votando por De Gaulle
—Un momento —dice Andrés—, qué es eso del
pueblo y la familia, o la familia que no es el pueblo, o el barrio que
como es las familias no es el pueblo, no jodas, che.
—No te das cuenta —dice Marcos— que estoy
tratando de hacerte un tachismo o manchismo instantáneo de la atmósfera del
cine Cambronne, por ejemplo, o del Saint-Lambert, esas salas contagiadas por
medio siglo de puerros y ropa sudada, esos santuarios donde Brigitte Bardot se
baja el slip para que la sala le vea justo lo que el artículo 465 permite por
una fracción de tiempo fijada por el artículo 467, y que toda contestación
tiene que empezar por la base si va a servir para alguna cosa, en mayo fue la calle
o la Sorbona o Renault pero ahora los compañeros se han dado cuenta de que hay
que contestar como quien cambia de guardia entre el cuarto y el quinto round y
entonces el contendiente se manifiesta desconcertado, dice el cronista.
Y entonces justo cuando la Brigitte
comienza a convertir la pantalla en uno de los momentos estelares de la
humanidad, o más bien en dos y qué dos, che, eso no se impugna ni contesta de
ninguna manera pero desgraciadamente hay que aprovechar el estado de rapto, de
arrobo si me seguís, para que el anticlimax sea más positivo, en ese momento
justo Patricio se levanta y produce un espantoso alarido que dura y dura y dura
y qué pasa, luces, hay un loco, llamen a la policía, es un epiléptico, está en
la fila doce, un extranjero, seguro que es un negro, dónde está, yo creo que
era ése pero como se sentó de nuevo a lo mejor, sí, no ve que tiene el pelo
enrulado, un argelino, y usted por qué se puso a gritar.
—¿Yo? —dijo Patricio.
—Sí, usted —dijo la acomodadora bajando
la linterna porque ya el público más alejado se perdía en los espacios
intercostales de Bardot desnuda y nada alterada por lo ocurrido, y los
espectadores contiguos al lugar y al causante del hecho luchaban con una
comprensible indecisión entre seguir la protesta por el escandaloso proceder
del forajido o no perderse ni un centímetro de esos sedosos muslos
semientornados en una cama de hotel de lujo en la floresta de Rambouillet
adonde un tal Thomas se la había llevado con objeto de hacerla suya antes de la
hora del menú gastronómico siempre previsto en esa clase de aventuras de los
ricos, por todo lo cual la linterna de la acomodadora empezaba a escorchar a
todo el mundo sin contar a Patricio, y la acomodadora la bajaba lo más posible
y el haz de luz se aplastaba en plena bragueta de Patricio que parecía
encontrar la cosa de lo más natural, como lo prueba que
—A veces me pasa —dijo Patricio.
—¿Cómo que le pasa?
SHSHH!!!
—Quiero decir que no me puedo contener,
es algo que me viene así y entonces.
(ah
ma chérie ma chérie)
—Entonces haga el favor de salir de la
sala.
SHHH!!!!!
—Ah merde —dijo la acomodadora—. primero
me llaman y ahora resulta que no me dejan intervenir, esto no va a quedar así,
ah no, qué se piensan, lo único que faltaba
(J'ai
faim, Thomas)
—¿Por qué voy a salir del cine? —dijo
Patricio en voz muy baja y sin molestar a nadie fuera de la acomodadora pero
esto último en una proporción geométrica convulsiva—. Es como un hipo,
solamente que más fuerte.
—LA
PAIX!
—A
POIL!
—¿Un hipo? —bramó la acomodadora apagando
la linterna—. Espere a que llame a la policía y vamos a ver qué clase de hipo,
ça alors.
SHH!!!!
—Haga lo que quiera —dijo Patricio
ssiempreenunsssusssurrrro— pero no es culpa mía, tengo un certificado.
LIBRO DE MANUEL. Julio Cortázar.
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