Si de tomaduras de pelo en el cine quisiéramos hablar nos vendrían a la memoria bizarradas del calibre de “Holocausto caníbal” o el “Proyecto de la Bruja Blair”, insufribles engaños como los de las primeras películas de Lisandro Alonso o anacronismos delirantes como la María Antonieta de la hijísima Coppola; pero ninguna de éstas, quizás por poseer cierta personalidad, quizás por mostrar cierta coherencia estética o, tal vez, por construir mejor o peor una –qué menos se le debería exigir a una película- aparente o endeble tesis; ninguna, repito, comparable a “Hiroshima”, la última película de Pablo Stoll.
De principio a fin, desde ese primer y clarificador plano secuencia de más de cinco minutos en el que la cámara se pega a la espalda del protagonista y le sigue desde su trabajo a su casa mientras escuchamos con indiferencia la misma música que el protagonista escucha a través de sus cascos, hasta el concierto que cierra el film y en el que, justificando el título, se sube al escenario y con una voz agudamente impostada canta una canción incomprensible pero de título Hiroshima, todo, sin excepción, resulta una enorme y soberana tomadura de pelo. Eso, y nada más, es “Hiroshima”.
Pero entre una y otra escena existe una película fundamentada en aburrirnos con el aburrimiento y la abulia del protagonista; obligándonos a seguirle durante todo un día, cotidianamente, de manera costumbrista e insustancial, como si de un Lisandro Alonso que estuviera de broma se tratara; es decir, con superficial aberrante.
Mucho se esperaba de la nueva película de uno de los dos directores que formaron aquel tándem que logró hacer trascender a cotas universales hace unos años el cine uruguayo y que volvía reiteradamente con las manos llenas de premios de cada Festival al que acudía; una pareja que se deshizo de la más trágica de las maneras con el suicidio de uno de sus miembros, Juan Pablo Rebella, para muchos -y algo de razón han de tener- el "bueno" de la pareja, el creativo; el genio. Porque con el suicido de Rebella parece que también murieron las ideas, inmoladas, al menos las buenas, las de antaño, las de la ironía cáustica y el sarcasmo desesperanzado de “25 watts” (revisión de un existencialismo cáustico de juventud urbana que Nani Morretti había iniciado en “Ecce Bombo” así como Reijman en “Rapado” y Kevin Smith en “Clercks”) o las de la poética humanística del fracasado, del pobre hombre, en "Whisky". Pero aquí no, en “Hiroshima” no hay nada de eso, nada de originalidad, nada de reflexión, nada de desesperanza social; tan sólo una idea mal desarrollada, la de hacer una película muda con intertítulos pero con sonido ambiente a contrapelo y música con intenciones diegéticas -que a malas penas funciona como una banda sonora descafeinada y aleatoria que Stoll jura haber introducido con intenciones, inapreciables, coreográficas-.
Mucho se esperaba de la nueva película de uno de los dos directores que formaron aquel tándem que logró hacer trascender a cotas universales hace unos años el cine uruguayo y que volvía reiteradamente con las manos llenas de premios de cada Festival al que acudía; una pareja que se deshizo de la más trágica de las maneras con el suicidio de uno de sus miembros, Juan Pablo Rebella, para muchos -y algo de razón han de tener- el "bueno" de la pareja, el creativo; el genio. Porque con el suicido de Rebella parece que también murieron las ideas, inmoladas, al menos las buenas, las de antaño, las de la ironía cáustica y el sarcasmo desesperanzado de “25 watts” (revisión de un existencialismo cáustico de juventud urbana que Nani Morretti había iniciado en “Ecce Bombo” así como Reijman en “Rapado” y Kevin Smith en “Clercks”) o las de la poética humanística del fracasado, del pobre hombre, en "Whisky". Pero aquí no, en “Hiroshima” no hay nada de eso, nada de originalidad, nada de reflexión, nada de desesperanza social; tan sólo una idea mal desarrollada, la de hacer una película muda con intertítulos pero con sonido ambiente a contrapelo y música con intenciones diegéticas -que a malas penas funciona como una banda sonora descafeinada y aleatoria que Stoll jura haber introducido con intenciones, inapreciables, coreográficas-.
Pero quizás, con independencia de los muchos defectos de “Hiroshima”, donde más se percibe la ausencia de la mano de Rebella es en los diálogos -introducidos mediante intertítulos-; por ser éstos simples, repetitivos, pueriles, con intenciones humorísticas abortadas y de una superficialidad casi insultante.
Algo de “Hiroshima” nos hace pensar, con sonrojo, en el “Juha” de Kaurismaki, pero sin poder concluir otra cosa que no sea que nos encontramos frente a otro de esos muchos directorcillos que se creen geniales por utilizar pocas palabras sin decir nada sustancial sin percatarse que lo verdaderamente difícil, lo soberbio y genial, es decir todo lo que haya que decir en apenas unas frases.
LA ESCENA DAGUERROTIPO
Un fundido en negro mientras suenan los últimos acordes de la canción Hiroshima interpretada por la banda Los Genuflexos y, por fin, los créditos finales.
Es ésta, la de los créditos, sin duda, la escena más clarificadora de todo el film, ya que gracias a ella se descubre que el actor principal no es otro que el hermano del director y el resto de actores resultan ser dos hermanos más, el padre, la madre y sus acólitos en la vida real; todo pues, muy familiar, dado que hasta ciertas escenas de súper 8 son escenas reales grabadas por la familia Stoll durante los años 80.
En cierta entrevista Pablo Stoll asumía que Hiroshima era un estado de ánimo, una película difícil para el espectador que brotaba de la necesidad de superar el duelo por su compañero fallecido y que para lograrlo había decidido recurrir a su entorno más cercano. “La película más que para el público está hecha para mi familia”, concluía el director. Y nosotros nos preguntamos: ¿qué mal gordo habrá cometido su familia para que Stoll le gaste semejante broma?
En cierta entrevista Pablo Stoll asumía que Hiroshima era un estado de ánimo, una película difícil para el espectador que brotaba de la necesidad de superar el duelo por su compañero fallecido y que para lograrlo había decidido recurrir a su entorno más cercano. “La película más que para el público está hecha para mi familia”, concluía el director. Y nosotros nos preguntamos: ¿qué mal gordo habrá cometido su familia para que Stoll le gaste semejante broma?
He pasado buen rato leyendo tu página. Me gustaría entrevistarte, para una nueva sección que deseo publicar en mi blog. Si te interesa -o no- escríbeme por favor a elaguainmovil@hotmail.com
ResponderEliminarAbrazos.
No se identifica el propietario del blog? Raro.
ResponderEliminarqué idiotez, dedicar tanto esfuerzo a machacar la obra de alguien, basándote más en la biografía pública que en criterios cinematográficos. idiotez, no, inclemente irresponsabilidad. de verdad flaco/a, una pena de entrada. yo que vos me aplicaba un buen delete.
ResponderEliminarMariana: me parece que la crítica se basa claramente sobre todo en criterios cinematográficos y creativos, y no en la "biograífa pública".
ResponderEliminarLos gustos y sentimientos personales son una buena parte de la base para desarrollar "criterios cinematográficos y creativos". Así pues, cuando te gusta, te gusta; si no, pues no. Y ya. Me gustó la película, desde el principio hasta el fin. Leer que su familia es la que hace los roles de "su familia" me hizo sonreír por un buen rato. ¿Quién más que ellos pueden dar el mejor de los apoyos? Hace pocos días, mi profe de cinematografía comentó respecto a una película y su crítica fué: "la realizó Nico Pereda, que es un niño rico y mimado que vive en Canadá; viene al país a realizar sus películas porque le resultan baratas, además, lo hace con poco equipo porque, ahora, cualquiera con una cámara digital puede realizar películas". Poco faltó para que sacara los trapos sucios-personales-profe-Nico. Y esa peli también me gustó. Contemplativa al 100% y, al igual que en Hiroshima, no sucede nada; que es en lo que, creo, radica la maravilla al convertirse en un simple "un día en la vida de...". Perdón por lo de anónimo pero no tengo cuentas en ningúna otra opción, Karina E.
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