Es quizás, el marco en el que se encuadran las
películas aquí analizadas de Arturo Ripstein, el más negativo de la historia
para el cine mexicano. La política bananera del Presidente López Portillo del
77 al 82 cercenó cualquier esperanza por mantener una renovación visual y
temática que, al auspicio de los nuevos cines en otros países iberoamericanos,
había germinado entre la nueva generación de directores mexicanos de los 70.
Esa vuelta a las tradiciones más atávicas folclóricas y culturales y la consiguiente
decapitación de cualquier intento de transformar el cine, impidió que durante
todo el sexenio se desarrollaran en México con normalidad los proyectos que
pudieran caracterizarse por cualquier rasgo de experimentación, por simple
-narrativa, argumental o visualmente- que ésta resultara.
El sexenio negro para el cine mexicano influye, como
cabe esperar, de manera muy negativa en Ripstein, quien entra en el periodo
realizando cuatro films consecutivos en apenas dos años, menores pero muy
dignos en su propósito de sortear las trabas y disposiciones institucionales
–las cuatro películas aquí analizadas-, y lo finaliza concatenando productos
impersonales, mediocres y de escaso valor cinematográfico (La ilegal o El otro,
especialmente).
El ambiente cultural decadente y la vuelta a un
pasado artísticamente primitivo determinado por las instituciones y el sistema
corrupto por naturaleza, se refleja en Cadena perpetua como en ninguna otra
película del realizador. Tal y como afirma P. Antonio Paranaguá “en Cadena
Perpetua la parábola individual coincide una vez más con la parábola nacional”
y la mentira, la hipocresía y la simulación se mezclan con otros dos rasgos
esenciales de la personalidad social mexicana: la corrupción y el abuso de poder;
"la mentira política se instaló en nuestros pueblos casi
constitucionalmente" (Octavio Paz).
El exladrón y exproxeneta Tarzán Lira se esfuerza en
reintegrarse socialmente, consigue un empleo de cobrador en una sucursal
bancaria ocultando, con una nueva máscara de hombre decente, su propio pasado
al exterior e incluso a sí mismo; simulando no haber sido el ladrón que fue.
Pero la regeneración mediante la búsqueda de honestidad social nunca llega; el
Comandante Prieto, conocedor de sus crímenes anteriores, lo intimida y
chantajea, obligando a Lira a volver a delinquir.
"Un mexicano es siempre un problema para otro
mexicano y para sí mismo. El empleo de la violencia, los abusos de autoridad
contrasta con el escepticismo y la resignación del pueblo" (OP). Así, la
realidad establecida en términos de lucha por parte del mexicano se traduce en
jerarquías de poder: el policía sobre el exladrón, el marido sobre la esposa o
el exladrón proxeneta sobre las prostitutas; estratos sociales machistas y
clasistas cuyas normas son aplicadas mediante la violencia, la coacción y el
abuso de poder o necesidad.
Ese abuso de poder establecido, esa distinción
jerárquica, está a su vez presente en el prisma con el que se muestra la figura
de la mujer. "La mujer es un ser oscuro, secreto y pasivo, no tiene deseos
propios, sino que es el canal del apetito cósmico del macho" (OP). Si las
relaciones masculinas están basadas en la competencia y el conflicto -jamás
relaciones horizontales- en las que el humillador ahora puede ser humillado más
tarde en función del cargo, categoría o poder que ostente el de enfrente; la
figura de la mujer, sin embargo -esposa, madre, hija-, se muestra como símbolo,
como objeto o instrumento para alcanzar o el placer del hombre o ciertos fines
atávicos asignados moral o socialmente a la feminidad.
La mujer decente es la sufrida, la poseída, la
silente… La "mala" mujer, sin embargo, es la autónoma, la que viene
acompañada de "la idea de actividad", la emancipada de la tiranía
entre machista y paternalista que le impone la sociedad. "La mujer mala es
dura, impía, independiente, como el macho" (OP), como el personaje de
Matea en La viuda negra capaz de rechazar al médico y elegir al sacerdote,
capaz de amenazar al pueblo con la verdad de los secretos de confesión, como la
Tía Alejandra, que se alza frente a la mediania de la unidad familiar
liquidando a sus sobrinos, como las prostitutas, en especial la japonesita, en
El lugar sin límites.
¡Maaadre mía! Lo tuyo con los hijos de la Malinche se pasa de sublime.
ResponderEliminarColega, a mi me fascina el cine de Ripstein, claro que el machismo de los mexicanos rebrota en cualquier poro de la creación, pero Ripstein es un artista... no te olvides que fue asistente de Buñuel, eso marca! ;-) Saludos!
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