domingo, 11 de septiembre de 2011

Los rasgos de la mexicanidad según Octavio Paz en el cine de entre 1977 y 1978 de Arturo Ripstein. PARTE 2

Es quizás, el marco en el que se encuadran las películas aquí analizadas de Arturo Ripstein, el más negativo de la historia para el cine mexicano. La política bananera del Presidente López Portillo del 77 al 82 cercenó cualquier esperanza por mantener una renovación visual y temática que, al auspicio de los nuevos cines en otros países iberoamericanos, había germinado entre la nueva generación de directores mexicanos de los 70. Esa vuelta a las tradiciones más atávicas folclóricas y culturales y la consiguiente decapitación de cualquier intento de transformar el cine, impidió que durante todo el sexenio se desarrollaran en México con normalidad los proyectos que pudieran caracterizarse por cualquier rasgo de experimentación, por simple -narrativa, argumental o visualmente- que ésta resultara.


El sexenio negro para el cine mexicano influye, como cabe esperar, de manera muy negativa en Ripstein, quien entra en el periodo realizando cuatro films consecutivos en apenas dos años, menores pero muy dignos en su propósito de sortear las trabas y disposiciones institucionales –las cuatro películas aquí analizadas-, y lo finaliza concatenando productos impersonales, mediocres y de escaso valor cinematográfico (La ilegal o El otro, especialmente).

El ambiente cultural decadente y la vuelta a un pasado artísticamente primitivo determinado por las instituciones y el sistema corrupto por naturaleza, se refleja en Cadena perpetua como en ninguna otra película del realizador. Tal y como afirma P. Antonio Paranaguá “en Cadena Perpetua la parábola individual coincide una vez más con la parábola nacional” y la mentira, la hipocresía y la simulación se mezclan con otros dos rasgos esenciales de la personalidad social mexicana: la corrupción y el abuso de poder; "la mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente" (Octavio Paz).


El exladrón y exproxeneta Tarzán Lira se esfuerza en reintegrarse socialmente, consigue un empleo de cobrador en una sucursal bancaria ocultando, con una nueva máscara de hombre decente, su propio pasado al exterior e incluso a sí mismo; simulando no haber sido el ladrón que fue. Pero la regeneración mediante la búsqueda de honestidad social nunca llega; el Comandante Prieto, conocedor de sus crímenes anteriores, lo intimida y chantajea, obligando a Lira a volver a delinquir.

"Un mexicano es siempre un problema para otro mexicano y para sí mismo. El empleo de la violencia, los abusos de autoridad contrasta con el escepticismo y la resignación del pueblo" (OP). Así, la realidad establecida en términos de lucha por parte del mexicano se traduce en jerarquías de poder: el policía sobre el exladrón, el marido sobre la esposa o el exladrón proxeneta sobre las prostitutas; estratos sociales machistas y clasistas cuyas normas son aplicadas mediante la violencia, la coacción y el abuso de poder o necesidad.


Ese abuso de poder establecido, esa distinción jerárquica, está a su vez presente en el prisma con el que se muestra la figura de la mujer. "La mujer es un ser oscuro, secreto y pasivo, no tiene deseos propios, sino que es el canal del apetito cósmico del macho" (OP). Si las relaciones masculinas están basadas en la competencia y el conflicto -jamás relaciones horizontales- en las que el humillador ahora puede ser humillado más tarde en función del cargo, categoría o poder que ostente el de enfrente; la figura de la mujer, sin embargo -esposa, madre, hija-, se muestra como símbolo, como objeto o instrumento para alcanzar o el placer del hombre o ciertos fines atávicos asignados moral o socialmente a la feminidad.

La mujer decente es la sufrida, la poseída, la silente… La "mala" mujer, sin embargo, es la autónoma, la que viene acompañada de "la idea de actividad", la emancipada de la tiranía entre machista y paternalista que le impone la sociedad. "La mujer mala es dura, impía, independiente, como el macho" (OP), como el personaje de Matea en La viuda negra capaz de rechazar al médico y elegir al sacerdote, capaz de amenazar al pueblo con la verdad de los secretos de confesión, como la Tía Alejandra, que se alza frente a la mediania de la unidad familiar liquidando a sus sobrinos, como las prostitutas, en especial la japonesita, en El lugar sin límites.



El universo que se muestra en Cadena Perpetua es de dominación masculina, recargado de símbolos fálicos y usos de refuerzo de la figura del macho –lenguaje, modos de relacionarse, objetos y ritos que van desde el fútbol a los billares-; un mundo masculino cerrado, en el que las mujeres esperan afuera a ser utilizadas con un fin o propósito elegido por el hombre. Un mundo en el que convergen las principales características del sistema patriarcal mexicano, que según Charles R. Berg son: “la masculinidad, el machismo, la imagen nacional y el Estado”.

2 comentarios:

  1. ¡Maaadre mía! Lo tuyo con los hijos de la Malinche se pasa de sublime.

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  2. Colega, a mi me fascina el cine de Ripstein, claro que el machismo de los mexicanos rebrota en cualquier poro de la creación, pero Ripstein es un artista... no te olvides que fue asistente de Buñuel, eso marca! ;-) Saludos!

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