Maité y Gertrude rompieron la cerradura
del aula donde estábamos encerradas, salimos gritando y cantando al patio de
los naranjos, las pequeñas que ya tenían que
acostarse le pasaron por encima a Sor Marie Jeanne y de golpe estábamos todas
cantando y haciendo rondas y gritando entre los naranjos, igual que en esa
película polaca, las monjas llegaban como aviones en picada y nos agarraban por
el pelo o la ropa, nos cacheteaban, estaban tan histéricas como nosotras, las
pequeñas empezaban a gritar y a llorar pero no querían abandonarnos, de golpe
todas las grandes se descolgaron por el árbol pegado a la
ventana del dormitorio del primer piso (...)
(...) nunca me olvidaré del árbol lleno de chicas, de frutas blancas que caían una tras otra y corrían al patio, la primera en aparecer con una correa fue Sor Claudine, era previsible, las otras sacaron sogas y látigos de no sé dónde, empezaron a pegarnos y a acorralarnos contra la pared del refectorio para que huyéramos por la puerta que daba al aula mayor y pudieran encerrarnos, las pequeñas se habían desbandado llorando y gritando y no quedábamos más que unas veinte grandes contra la pared, siete monjas nos azotaban enloquecidas, no teníamos con qué defendernos hasta que de golpe vi a Maité desnuda, se había arrancado el camisón y se lo había tirado por la cabeza a Sor Honorine, Gertrude hizo lo mismo y las monjas estaban cada vez más frenéticas, pegaban a marcar, yo oí como un chasquido y era un trapo rojo que le daba en plena cara a Sor Felisa, eso se llama las reglas, cuatro o cinco chicas les zampaban las toallas higiénicas por la cabeza a las monjas, yo me había desnudado y casi todas las grandes también, con los camisones arrollados devolvíamos los golpes, recogíamos del suelo las toallas asquerosas y pisoteadas y se las volvíamos a tirar buscando darles en plena jeta (...)
(...) el jardinero se había asomado al patio con un bastón pero Sor Marie Jeanne le gritó que no entrara, era para llorar de risa el dilema de la imbécil, cómo nos iba a ver desnudas, un hombre, y Maité corrió hacia el jardinero y se le puso por delante para no dejarlo salir, era la mayor de todas y tenía unos senos altos y gordos, se los ponía contra la cara al jardinero y le cantaba a gritos, las monjas corrían para proteger la moral y al jardinero estupefacto, empezaba la histeria final, los llantos, de golpe estábamos cansadas, en fuga, nos volvíamos a los dormitorios arrastrando los camisones por el suelo, vencedoras tristes bajo la luna llena entre los naranjos, una semana después estaba de vuelta en mi casa, y si quieren saberlo Maité es hoy una de las mejores bailarinas del Lido, esa chica hizo más carrera que yo.
LIBRO DE MANUEL. Julio Cortázar
(...) nunca me olvidaré del árbol lleno de chicas, de frutas blancas que caían una tras otra y corrían al patio, la primera en aparecer con una correa fue Sor Claudine, era previsible, las otras sacaron sogas y látigos de no sé dónde, empezaron a pegarnos y a acorralarnos contra la pared del refectorio para que huyéramos por la puerta que daba al aula mayor y pudieran encerrarnos, las pequeñas se habían desbandado llorando y gritando y no quedábamos más que unas veinte grandes contra la pared, siete monjas nos azotaban enloquecidas, no teníamos con qué defendernos hasta que de golpe vi a Maité desnuda, se había arrancado el camisón y se lo había tirado por la cabeza a Sor Honorine, Gertrude hizo lo mismo y las monjas estaban cada vez más frenéticas, pegaban a marcar, yo oí como un chasquido y era un trapo rojo que le daba en plena cara a Sor Felisa, eso se llama las reglas, cuatro o cinco chicas les zampaban las toallas higiénicas por la cabeza a las monjas, yo me había desnudado y casi todas las grandes también, con los camisones arrollados devolvíamos los golpes, recogíamos del suelo las toallas asquerosas y pisoteadas y se las volvíamos a tirar buscando darles en plena jeta (...)
(...) el jardinero se había asomado al patio con un bastón pero Sor Marie Jeanne le gritó que no entrara, era para llorar de risa el dilema de la imbécil, cómo nos iba a ver desnudas, un hombre, y Maité corrió hacia el jardinero y se le puso por delante para no dejarlo salir, era la mayor de todas y tenía unos senos altos y gordos, se los ponía contra la cara al jardinero y le cantaba a gritos, las monjas corrían para proteger la moral y al jardinero estupefacto, empezaba la histeria final, los llantos, de golpe estábamos cansadas, en fuga, nos volvíamos a los dormitorios arrastrando los camisones por el suelo, vencedoras tristes bajo la luna llena entre los naranjos, una semana después estaba de vuelta en mi casa, y si quieren saberlo Maité es hoy una de las mejores bailarinas del Lido, esa chica hizo más carrera que yo.
LIBRO DE MANUEL. Julio Cortázar
No hay comentarios:
Publicar un comentario