domingo, 12 de agosto de 2012

Madre Juana de los Ángeles. JERZI KAWALEROWIZ, 1961, Polonia, por Julio Cortázar.

Bah, dijo Monique, si te crees que en algunos «hogares» de los suburbios de París la cosa es mejor, algo sé de eso, a los catorce años mis sensibles padres me pusieron con las monjas en un pequeño paraíso cerca de Estrasburgo porque estaban hartos de sorprenderme leyendo a Sartre y a Camus, ustedes se dan cuenta de la inmoralidad de los tiempos modernos, las monjas eran unas pobres imbéciles llenas de buena voluntad y mal olor, en fin, lo de siempre, bañarse con la camisa puesta, ave maria, no hagas preguntas inconvenientes, eso se llama las reglas pero no se habla, Sor Honorine te dará una prenda y te dirá cómo tienes que ponértela, a lo mejor fue la luna llena como dice Oscar, me acuerdo que hacía calor, que me habían sorprendido con una novela de Céline disfrazada de botánica de Hevillier et Monthéry, castigada, y a otras cinco chicas por cosas parecidas, lo malo para las monjas fue que éramos muy populares entre las más pequeñas, pero sobre todo la luna llena, seguro, porque cuando se dieron cuenta era como en tu recorte aunque sin policía ni bomberos (...)


Maité y Gertrude rompieron la cerradura del aula donde estábamos encerradas, salimos gritando y cantando al patio de los naranjos, las pequeñas que ya tenían que acostarse le pasaron por encima a Sor Marie Jeanne y de golpe estábamos todas cantando y haciendo rondas y gritando entre los naranjos, igual que en esa película polaca, las monjas llegaban como aviones en picada y nos agarraban por el pelo o la ropa, nos cacheteaban, estaban tan histéricas como nosotras, las pequeñas empezaban a gritar y a llorar pero no querían abandonarnos, de golpe todas las grandes se descolgaron por el árbol pegado a la ventana del dormitorio del primer piso (...) 




(...) nunca me olvidaré del árbol lleno de chicas, de frutas blancas que caían una tras otra y corrían al patio, la primera en aparecer con una correa fue Sor Claudine, era previsible, las otras sacaron sogas y látigos de no sé dónde, empezaron a pegarnos y a acorralarnos contra la pared del refectorio para que huyéramos por la puerta que daba al aula mayor y pudieran encerrarnos, las pequeñas se habían desbandado llorando y gritando y no quedábamos más que unas veinte grandes contra la pared, siete monjas nos azotaban enloquecidas, no teníamos con qué defendernos hasta que de golpe vi a Maité desnuda, se había arrancado el camisón y se lo había tirado por la cabeza a Sor Honorine, Gertrude hizo lo mismo y las monjas estaban cada vez más frenéticas, pegaban a marcar, yo oí como un chasquido y era un trapo rojo que le daba en plena cara a Sor Felisa, eso se llama las reglas, cuatro o cinco chicas les zampaban las toallas higiénicas por la cabeza a las monjas, yo me había desnudado y casi todas las grandes también, con los camisones arrollados devolvíamos los golpes, recogíamos del suelo las toallas asquerosas y pisoteadas y se las volvíamos a tirar buscando darles en plena jeta (...) 






(...) el jardinero se había asomado al patio con un bastón pero Sor Marie Jeanne le gritó que no entrara, era para llorar de risa el dilema de la imbécil, cómo nos iba a ver desnudas, un hombre, y Maité corrió hacia el jardinero y se le puso por delante para no dejarlo salir, era la mayor de todas y tenía unos senos altos y gordos, se los ponía contra la cara al jardinero y le cantaba a gritos, las monjas corrían para proteger la moral y al jardinero estupefacto, empezaba la histeria final, los llantos, de golpe estábamos cansadas, en fuga, nos volvíamos a los dormitorios arrastrando los camisones por el suelo, vencedoras tristes bajo la luna llena entre los naranjos, una semana después estaba de vuelta en mi casa, y si quieren saberlo Maité es hoy una de las mejores bailarinas del Lido, esa chica hizo más carrera que yo.


LIBRO DE MANUEL. Julio Cortázar

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