1.
Jelly
Roll Morton. Mamie’s blues.
A
Guy Monod se le había ocurrido despertarse cuando Ronald y Etienne se ponían de
acuerdo para escuchar a Jelly Roll Morton aunque era divertido oír la lluvia en
la claraboya y que Jelly Roll cantara: Stood in a corner, with her feet
soaked and wet…
Jelly
Roll estaba en el piano marcando suavemente el compás con el zapato a falta de
mejor percusión, Jelly Roll podía cantar Mamie’s Blues hamacándose un poco, los
ojos fijos en una moldura del cielo raso, o era una mosca que iba y venía o una
mancha que iba y venía en los ojos de Jelly Roll. Two-nineteen done took my
baby away … La vida había sido eso, trenes que se iban llevándose
y trayéndose a la gente mientras uno se quedaba en la esquina con los pies
mojados, oyendo un piano mecánico y carcajadas manoseando las vitrinas amarillentas
de la sala donde no siempre se tenía dinero para entrar. Two-nineteen done
took my baby away … Babs había tomado tantos
trenes en la vida, le gustaba viajar en tren si al final había algún amigo
esperándola, si Ronald le pasaba la mano por la cadera, dulcemente como ahora,
dibujándole la música en la piel, Two-seventeen’ll bring her back some day, por supuesto algún día otro tren la traería de vuelta, pero quien sabe
si Jelly Roll iba a estar en ese andén, en ese piano, en esa hora en que había
cantado los blues de Marie Desdume, la lluvia sobre una claraboya de París a la
una de la madrugada, los pies mojados y la puta que murmura If you can´t
give dollar, gimme a lousy dime, Babs se hacía una
idea muy especial de las camas de los reyes pero de todos modos alguna mujer
habría dicho una cosa así, If you can´t give a million, gimme a lousy ground, cuestión de proporciones, y por qué el piano de Jelly Roll era tan
triste, tan esa lluvia que había despertado a Guy, que estaba haciendo llorar a
la Maga, y Wong que no venía con el café.
2.
Arnold
Schoenberg. Opus 19.
-
Por supuesto no es una medalla de
Pisanello –dijo Oliveira.
-
Ni un opus cualquier cosa de Schoenberg
–dijo Ronald-.
3.
Sonny
Rollins whit the modern jazz quartet. In a sentimental mood.
- ¿Alguna vez tuviste los zapatos metidos en el agua a medianoche? Jelly
Roll sí, se ve cuando canta, es algo que se sabe, viejo.
- Yo pinto mejor con los pies secos –dijo Etienne-. Y no me vengas con
argumentos de la Salvation Army. Mejor harías en poner algo inteligente, como
esos solos de Sonny Rollins. Por lo menos los tipos de la West Coast hacen
pensar en Jackson Pollock o en Tobey, se ve que ya han salido de la edad de la
pianola y la caja de acuarelas.
4. Fred Waring’s
Pennsyvanians. Stack O’Lee blues.
5.
Hoagy
Carmichael. Stardust.
6.
Horace
Silver. Song for my father.
7.
Little
Walter. The blues with a feeling.
8.
Ella
Fitzgerald & Duke Ellington. Jazz Samba.
9.
Jelly
Roll Morton. Wild man blues.
- No le hagás caso, Ronald, con la mano libre que te queda sacá el
disquito del Stack O’Lee Blues, al fin y al cabo tiene un solo de piano que me
parece meritorio.
-Lo del progreso en el arte son tonterías archisabidas –dijo Etienne -.
Pero en el jazz como en cualquier arte hay siempre un montón de chantajistas.
Una cosa es la música que puede traducirse en emoción y otra la emoción que
pretende pasar por música. Dolor paterno en fa sostenido, carcajada sarcástica
en amarillo, violeta y negro. No, hijo, el arte empieza más acá o más allá,
pero no es nunca eso.
Nadie parecía dispuesto a contradecirlo porque Wong esmeradamente
aparecía con el café y Ronald, encogiéndose de hombros, había soltado a los
Warring’s Pennsylvanians y desde un chirriar terrible llegaba el tema que
encantaba a Oliveira, una trompeta anónima y después el piano, todo entre un
humo de fonógrafo viejo y pésima grabación, de orquesta barata y como anterior
al jazz, al fin y al cabo de esos viejos discos, de los show boats y de las
noches de Storyville había nacido la única música universal del siglo, algo que
acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las
aerolíneas, una música bastante primitiva para alcanzar universalidad y
bastante buena para hacer su propia historia, con cismas, renuncias y herejías,
su charleston, su black bottom, su shimmy, su foxtrot, su stomp, sus blues,
para admitir las clasificaciones y las etiquetas, el estilo esto y aquello, el
swing, el bebop, el cool, ir y volver del romanticismo y el clasicismo, hot y
jazz cerebral, una música-hombre, una música con historia a diferencia de la
estúpida música animal de baile, la polka, el vals, la zamba, una música que
permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del
Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les
daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse y sentirse
menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente
amargos, una música que permitía todas las imaginaciones y los gustos, la
colección de afónicos 78 con Freddie Keppard o Bunk Johnson, la exclusividad
reaccionaria del Dixieland, la especialización académica en Bix Beiderbecke o
el salto a la gran aventura de Thelonius Monk, Horace Silver o Thad Jones, la
cursilería de Erroll Garner o Art Tatum, los arrepentimientos o las
abjuraciones, la predilección por los pequeños conjuntos, las misteriosas
grabaciones con seudónimos y denominaciones impuestas por marcas de discos o
caprichos del momento y toda esa francmasonería de sábado por la noche en la
pieza del estudiante o en el sótano de la peña, con muchachas que prefieren
bailar mientas escuchan Star Dust o When
your man is going to put you down, y huelen despacio y
dulcemente a perfume y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y
alguien ha puesto The blues with a feeling y
casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y
sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras
las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y
se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta
poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que
las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay
una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que
un piano minucioso las devuelve a sí misma, exhaustas y reconciliadas y todavía
vírgenes hasta el sábado siguiente, todo eso en una música que espanta a los
cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas
impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que
migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que
corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras
en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de
Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha
prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en
Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal,
algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones
inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire
y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia
mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego
central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen
traicionado, les señala que quizás había otros caminos y que el que tomaron no
era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que
tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y
que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que
un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombres porque encierra eso
que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de
esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se
reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en
las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás
se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un
blues, etcétera, etcétera.
I could sit right here and think a thousand miles away,
I could sit right here and think a thousand miles away,
Since I had the blues this bad, I can’t remember the day…
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