miércoles, 9 de marzo de 2011

Circuncines 5. Buñuel y su viaje a la tierra sin pan

Nuestra historia debería comenzar en octubre de 1931. No es difícil imaginarse a Luis Buñuel junto a su gran amigo el maestro de escuela y pintor Ramón Acín vagando de madrugada por el casco antiguo de Zaragoza en busca de una última taberna abierta.

El cineasta acaba de regresar a España tras una decepcionante y polémica estancia de seis meses en los EE UU como observador de la MGM. Hastiado de Hollywood, con un pie en París y otro en Madrid, nos lo encontramos indeciso y desorientado, sumido en un angustiante estado de búsqueda personal y replanteamiento artístico.


Convertido, con tan sólo dos films, en un autor de culto y a la vez maldito, tras los escandalosos estrenos de “Un perro andaluz” y “La edad de oro”, nadie parece estar dispuesto a financiarle nuevos proyectos.

Cansado del público, de la crítica y especialmente de los productores, Buñuel considera que su carrera cinematográfica está acabada.


 Es también ese momento, el de principios de los años 30, en el que Buñuel rompe con la corriente surrealista. No con sus formas y sus propósitos revolucionarios a los que a lo largo de su vida siempre se mantendrá fiel, sino con la deriva que Breton imprime al grupo; alejándolo del mundo y erigiéndose como una nueva aristocracia intelectual.

Tal y como fantasea el ilustrador Fernando Solís en su cómic “Buñuel en el laberinto de las Tortugas”, aquella dipsómana noche zaragozana Buñuel reniega del surrealismo elitista y aboga por un arte revolucionario más directo y mucho más cercano al pueblo.


 Unos días antes el de Calanda había descubierto el exhaustivo y crítico estudio que Maurice Legendre acababa de realizar sobre la empobrecida región extremeña de Las Hurdes. Me gustaría hacer un documental sobre esa región, debió decirle Buñuel a su amigo Acín mientras buscaban el último bar, un ensayo cinematográfico de geografía humana que retrate al hurdano como al hombre natural de Sade, una crítica directa al sistema burgués capitalista, un atentado contra la moral pública a través únicamente de la realidad; ya que la realidad, como siempre proclamó Don Luis, puede ser tan surrealista como la imaginación más desbordada.

Llegados a este punto, Ramón Acín alza su copa mientras promete, mitad en broma, mitad en serio, que si ese año le toca la lotería, él mismo financiará la película.


 Dos meses después el teléfono suena en casa de Buñuel. Del otro lado del aparato Acín grita entusiasmado: “Luis, ha caído el gordo en Huesca”.

El rodaje se realizó durante la primavera de 1932. Junto a Buñuel, formando parte del reducido equipo, acudieron a las Hurdes únicamente otras tres personas: el poeta surrealista Pierre Unik, su amigo de la Residencia de Estudiantes Rafael Sánchez Ventura y el fotógrafo Eli Lotar.

Pese a la amplia documentación recopilada por Buñuel, nunca existió un guión como tal. Días antes de comenzar el rodaje el director apunta en una libreta lo que considera imprescindible mostrar: cabras, niña, escuela, pan, hambre.


 La cámara de Lotar explora el infierno (tal y como bautizó Unik a la región) sin filtros ni metáforas. Mostrando a los hurdanos conviviendo con la enfermedad, la miseria, la hambruna y la indecente mortandad infantil. “Nunca estaremos tan hambrientos a la hora de comer como ellos lo están cuando han terminado”, sentencia Unik.

Pese a utilizar un formato documental, Buñuel no rompe el discurso superrealista de sus dos anteriores películas. De ahí que desde el primer momento las imágenes y el texto (intencionalmente académico e inocuo) resulten incendiariamente tendenciosos.

En “Tierra sin pan” no hay nada gratuito, las escenas se manipulan con un fin eminentemente agitador, dramatizando la realidad para que ésta logre alzarse por sí sola contra su injusticia, sin necesidad de filtros o interpretaciones.


Para conseguirlo, Buñuel no duda en mendigar escenas a cambio de tabaco, en untar de miel a un burro y liberar a unas abejas para que lo destrocen a picotazos, en obligar a un niño a escribir en la pizarra de la escuela “Respetad los bienes ajenos” o en disparar contra una cabra y empujar a otra barranco abajo para poder captar al animal despeñándose desde distintos ángulos.

La película sería montada por el propio Buñuel sin moviola y en la mesa de su cocina, y no sería sonorizada hasta tres años más tarde, tras el Bienio Negro de Lerroux, quien, presa del nacionalismo ciego, prohibió inmediatamente su exhibición en toda España.

Cuando se reestrenó en París en 1937, Ramón Acín ya había muerto. Tras el alzamiento militar, un grupo de falangistas asaltó su casa y al no hallarlo detuvo a su mujer, proclamando que si Acín no se presentaba antes del amanecer la fusilarían. Acín se entregó esa misma noche. Ejecutaron a ambos.


Años más tarde, apenas recibido el dinero por la venta de la película, Buñuel se citó con las hijas de Acín para entregarles las 20.000 pesetas con las que su padre había permitido realizar aquel revolucionario retrato de la más negra y profunda España.

Circuncines 5. La tierra sin pan de Buñuel:

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