jueves, 31 de marzo de 2011

Monográfico Daguerrotipo 7. Yasuzo Masumura II o de las causas perdidas.

Si por algo se caracteriza el cine de Mausmura es porque a lo largo de toda su carrera se mantiene fiel a su propósito de construir teóricamente una revisión cultural de los reglamentos y convenciones sociales, estrictos, lineales, que determinan las relaciones de género, familiares y empresariales japonesas, y que en sus películas anulan a sus personajes, especialmente a los femeninos, pese a su vitalidad y a su gran potencial humano e intelectual, convirtiéndolos en masa sin individualidad, en elementos anónimos o rechazados dentro de un sistema determinista donde no cabe el ejercicio autónomo. 

Los personajes de Masumura, coaccionados por las fuerzas superiores, casi divinas desde la conceptualización simbólica japonesa, tratan de liberarse sin conseguirlo del peso de los miles de años de tradición.


Mientras que en el cine de Kurosawa difícilmente se ponen en duda los valores tradicionales, muchos de ellos medievales y propios de los shogunatos y que delimitan las fórmulas de comportamiento entre niveles y cargos más que entre individuos, y en el de Ozu se muestra la melancolía por el paso del tradicionalismo familiar a una nueva sociedad moderna que da la espalda a los fundamentos de la cultura más ancestral y a las formas de vida y valores propios del sintoismo; son directores como Masumura, Oshima o años antes Naruse (con su visión desesperada y sensible de la mujer) los que comienzan a centrarse en nuevas temáticas desalineadas con las del cine clásico.

Así, las siguientes películas a “Afraid to die” de Masumura, “Confesiones de una mujer”, “Jokyo” y principalmente “Con el consentimiento de mi marido”, resultan absolutamente trasgresoras por su tratamiento de la sensualidad y el erotismo, de los roles de género, de las tradiciones japonesas y de los estigmas sociales.

“Con el consentimiento de mi marido”, realizada en 1964, resulta ser un melodrama americanizado con claras influencias de Douglas Sirk en el que mediante un cuadrado amoroso se mezclan como ingredientes dramáticos los sacrificios femeninos, la venganza, las pasiones más encendidas y las ambiciones empresariales más desproporcionadas; combinación que, como si de un drama griego se tratara, provoca una catarsis de sangre y lágrimas final.


Los cuadrados amorosos y las catarsis trágicas como colofón a la historia las volverá a desarrollar inmediatamente Masumura en el drama lésbico “Manji”, basado en la polémica novela homónima de Junichiro Tanizaki. En este caso el meollo dramático parte de dos mujeres hastiadas por su condición de amas de casa que inician una relación homosexual en la que acaban por incluir a sus respectivos maridos en un aglomerado insostenible de deseos, celos y pasiones.

Pero el cine de Masumura no sólo toma su tiempo contemporáneo para concentrar en él sus tramas y su visión crítica, sino que a partir de 1965 comienza una serie de películas históricas, quizás sus grandes obras, donde analiza en el tiempo la figura eternamente oprimida de la mujer.


“La mujer de Seishu Hanaoka” es una historia de celos y obsesiva competitividad entre la mujer y la madre del médico que por primera vez en la historia aplicó, tras una intensa experimentación para la que se empleó a sí mismo y a su propia familia, la anestesia durante una intervención quirúrgica. Durante todo el film el enfrentamiento implícito entre ambas mujeres y el conflicto por conquistar el amor de hijo y marido respectivamente, determina la atmósfera que pasa de reluciente y amable, a acabar retratando sombríamente las relaciones familiares de una manera asfixiante, húmeda y patética.


El enfrentamiento entre ambas mujeres, como metáfora de la inútil lucha de las mujeres por conseguir el beneplácito de un hombre/dios, les obliga a ofrecerse como conejillos de indias para que el médico experimente con ellas las fórmulas iniciales de la anestesia; demostrando así un amor por él superior al de su competidora. Mientras, él, rodeado de enfermedad y muerte, se muestra completamente indiferente a la lucha que se mantiene por su atención centrándose únicamente en sus experimentos con la medicina; labor y lucha de dioses y no de humanos, y por tanto, a ojos japoneses, sólo alcanzable por un hombre y nunca por una mujer.

“La mujer de Seishu Hanaoka” se convierte en una historia de terror doméstico, de anulación de la personalidad, de obligada supeditación de la mujer al éxito del hombre, y de injusticia histórica que engrandece la figura del hombre sin ser sensible con las mujeres quienes con sus sacrificios, en muchos casos definitivo, impulsaron la obra de estos hombres, tiranos en su mayoría, que pasaron a la historia como héroes o genios.

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