“En cada pequeña pelea entre dos mujeres de una misma familia, el único que gana es el hombre”. La lápida sobre el cadáver de la mujer, ésa que atávicamente se ha cerrado con descuido histórico y cultural en Japón, con indiferencia e incluso desprecio, se resiste, en el cine de Masumura, a ser instalada sin, por lo menos, que la difunta haya levantado la voz; aunque sólo sea mediante un epitafio ya extemporáneo.
La gran aportación de Masumura al Nuevo Cine Japonés, de quien se erige como pieza clave y bisagra entre el cine clásico (Mizoguchi, Ozu o Naruse) y el caracterizado por la búsqueda de nuevos lenguajes estéticos y narrativos iniciados por Imamura o Seijun Suzuki en los años 70 y radicalmente transformados, de una u otra forma, en los años 80 y 90 por Kitano, Miike o Kore-Eda, se encuentra en la valentía de sus temáticas, completamente inéditas para el cine nipón de la época (discretamente tratadas incluso por la literatura de postguerra), donde las pasiones desmesuradas y enfermizas, el erotismo y el tratamiento del género y de los roles masculino/femenino desde un prisma riguroso y crítico, se perfilan como elementos vertebradores y definidores de toda su filmografía.
Terreno virgen el que pisa pues el director cuando en 1957, con 33 años, realiza su primera obra, “Besos”, un melodrama familiar de corte clásico y realización contenida que cuenta la relación amorosa entre dos jóvenes vitales y atractivos que se conocen tras coincidir en una visita a sus respectivos padres en la cárcel. Toda la historia se sostiene sobre tres puntales; la ingenuidad mostrada por los dos enamorados en su relación que se ve contrarrestada, dotándole de peso a la trama, por el clásico y casi medieval tratamiento del honor y del despecho de los amantes, y, por último, en la madurez oculta que sólo deciden mostrar en sus relaciones familiares tras haberse convertido en los sostenes económicos de sus padres.
En esta primera obra ya se detecta, pese a su contención, cierta influencia europea en el tratamiento de los personajes, en las relaciones abiertas entre ellos y en la mirada crítica sobre el contexto: ese Japón del desarrollismo y el boom económico de la postguerra que tantas alabanzas recibió desde el exterior pero que como bien muestra Masumura también escondía corruptelas, clientelismos y luchas de poder; características sociales éstas que provocan el empoderamiento de las mafias, la dictadura de las jerarquías y la prostitución de las relaciones humanas en los contextos corporativos y empresariales.
Esa influencia del cine europeo que caracterizará su factura como realizador es asumida por el director japonés tras viajar a París y estudiar en Roma, en el Centro Sperimentale di Cinematografia, como alumno de Fellini, Visconti o Antonioni. “Tras vivir dos años en Europa, mi intención es retratar personajes vitales y fuertes como los que allí conocí”.
Su concepción de la tradición japonesa y de su nueva, industrial y jerarquizada deriva, que no deja de esconder rancias e inicuas fórmulas y convenciones sociales, se convierte en el centro de la diana de sus críticas; fundamentadas en la comparación con su romántica visión de la Europa moderna que se apoya en el humanismo y la libertad para superar las heridas de la guerra. “En una sociedad estrictamente reglamentada como la japonesa, la libertad y la opción individual no existe”; llega a proclamar.
El género, muy popularizado en la época, de melodrama familiar (en japonés Hahamono), le sirve a Masumura para construir también su segunda película; “El cielo azul (Maiden)”.
Esta vez con más ironía y comicidad, continúa Masumura su corrosivo análisis de las relaciones familiares japonesas, centrando la trama esta vez en las relaciones de dominio y casi tiranía de dos hermanastros sobre la hija ilegítima de un poderoso e incluyente empresario y padre de los tres.
Pese a que la anulación de la condición femenina, categoría que en alguno de sus siguientes títulos quedará definitivamente aplastada, es aún observada a través de una mirada näif y juvenil revestida de amabilidad, sí que Masumura consigue interesantes logros en esta etapa inicial, como serían definir sus rasgos de autoría, centrar sus temáticas, establecer sus propósitos como cineasta o confiar en la jovencísima actriz Ayako Wakao, quien se convertirá en musa y actriz principal de la mayoría de sus principales títulos.
Su interés tanto en las pasiones desenfrenadas y obsesivas como en la figura femenina dominada por las ataduras culturales y sociales, comienzan a quedar perfectamente establecidas en las películas de la primera fase, de la que destaca, junto a ciertas comedias desenfrenadas como “Gigantes y juguetes” e incursiones en el género del suspense como “El precipicio”, el drama romántico hospitalario “Warm Current”, en el que Masumura juega hábilmente con sus temáticas preferidas y tantas veces repetidas en su filmografía, como lo son los triángulos amorosos, las corrupciones empresariales, las ambiciones obsesivas personales, el honor, las relaciones de poder, los contubernios económicos y la sombra de las mafias yakuzas; asunto este último recurrente y que desarrollará pero ya como eje argumental un año más tarde, en 1960, en la policíaca “Afraid to die”, en la que destaca la presencia como protagonista principal del escritor Yukio Mishima en su primera colaboración con Masumura, junto a la magnífica fotografía con toques pop -que recuerdan, aunque sin tanta espectacularidad y colorismo, al mayor especialista de los años 60 y 70 del género de yakuzas de serie B, Seijun Suzuki-, y la desatada música de jazz y beebop con ecos de Henry Mancini.
De “Afraid to die”, a su vez, podemos rescatar una de las escenas que mejor explican la rabia contenida que Masumura siente frente al brutal liberalismo de los años 60 y que, junto a la aplicación de los métodos toyotistas, la reinvención de la organización laboral y empresarial desde vertientes sintoístas, y la pérdida de derechos sociales, posibilitó el milagro económico japonés de postguerra.
Formando un piquete frente a la entrada de su centro de trabajo, unos trabajadores en huelga cantan la internacional izando banderas rojas. La policía observa con indiferencia; sin actuar. De pronto una furgoneta cargada de hombres llega al lugar; son yakuzas. “¿Cuánto tiempo pensáis que va a durar esta endemoniada huelga?”, le preguntan al cabecilla de los trabajadores. “No queremos a los yakuzas”, responden los huelguistas. En ese momento los matones cargan con su furgoneta contra la tarima de los sindicalistas y, con la connivencia de la policía, mediante la violencia impune detienen, haciendo valer la ley del más fuerte, a todos los trabajadores. Mecanismos podridos de crecimiento económico y libre mercado. Ejemplos sociales que horrorizan a Masumura.
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