“A todos los piantados del mundo” dedican Julio Cortázar y Carol
Dunlop su expedición y crónica de los 33 días que durante el año 1982,
permanecieron en la Autopista
del sur francesa, recorriendo la distancia (ya se midan en kilómetros, paraderos, cachos o emociones) entre París a Marsella, parando (y lo
que es más importante: colonizando) la totalidad de paraderos que se
encontraron en ese “vacío” que separa ambas ciudades. Fuera del mundo,
reinterpretando el espacio utilitarista y funcional que significa la autopista,
descubriendo una vía paralela, presente en la imaginación de sólo aquellos que (como
ocurre con la ciudad de “62, modelo
para armar”) son capaces de soñar con ella; introduciéndose en una geografía no
euclidiana que comporta no sólo un espacio físico diferente sino también otro
tiempo. “Una expedición un tanto alocada y bastante surrealista, que consiste
en recorrer la autopista de París a Marsella a bordo de nuestro Voslkswagen Combi,
deteniéndonos en los 65 paraderos de la autopista a razón de dos por día”.
Guiados por el carro de Hermes (“todo lo que proviene de ese
dios sutil me ha guiado siempre en la vida. Sé que vamos a llegar a la meta,
que Hermes se divertirá un poco a costa de nosotros, pero a la vez nos irá
abriendo paso, señor de las rutas, protector de viajeros”), y subidos a un
postmoderno y antropomorfizado dragón de los nibelungos, los autonautas hacen
acopio inicial de vituallas, material de trabajo y libros para acometer su
empresa, su deriva.
Entre tales víveres se encuentran algunos libros de viaje y
expediciones. Cortázar incluye entre ellos “Del caminar sobre hielo”, el
cuaderno de notas o diario de la expedición a pie que durante 1974 llevó a
Werner Herzog de Munich a París como oposición trascendente y plegaria mágica
frente a la grave enfermedad que entonces sufría la historiadora y crítica de cine Lotte
Eisner. Pese a no quedar nada satisfecho con la versión en castellano del libro
(“considerablemente deprimido por la versión española de un libro de viaje de
Werner Herzog, fui a ventilarme al norte del parking”), se detecta entre ambos
personajes, Cortázar y Herzog, escritor y realizador de cine, un irremediable
vinculo personal, una misma búsqueda de nuevos atlas por descubrir, un ansia de
imágenes, símbolos y actitudes radicalmente opuestas a la convencionales, un
deseo de reinterpretar mediante nuevos códigos espacio temporales los objetos y
símbolos de la civilización moderna.
Algo profundo hay en común entre recorrer a pie la distancia
entre Munich y París y demorarse 33 días para llegar a Marsella desde París sin
salirse de la autopista. Algo transversal, algo propio de piantados.
Cartógrafos no cartesianos, antropólogos de lo olvidado, de aquello
que está ahí pero en lo que nadie repara, cronopios sin par; parece lógico, y
de justicia, imaginarse a uno leyendo entusiasmado no sólo a Hölderlin sino
también “La vuelta al día en ochenta mundos”, y a otro absorto ante las
imágenes de “Kaspar Hauser”. No por azar ambos se fijaron en la figura casi
olvidada de Carlo Gesulado, príncipe de Venosa, genio y atormentado, asesino y
masoquista, que compuso algunos de los más bellos, disonantes e hipnóticos
madrigales escritos durante el Renacimiento, y que recorre las páginas de “Clone”
y el celuloide de “Muerte para cinco voces”.
Pese a, temo, no llegar a conocerse nunca, recorriendo ambos
paralelamente un mismo anillo de Moebius, sirva como prueba de ese mutuo
interés y admiración aquellas páginas de “Los autonautas de la cosmopista” en
las que vuelve a mencionar Cortázar a Herzog a colación comparativa de
expediciones y conquistadores célebres: “Jamás pretenderemos que esta
expedición, por más riesgos y azares que presente, pueda compararse a la que
Werner Herzog imaginó (o sea, puso en imágenes) en Aguirre la cólera de Dios”.
Uno de los libros de Cortázar que más he disfrutado y disfruto y que despertó en mí hace años la ida de cometer alguna locura semejante. Aún no lo he hecho, pero tampoco lo he descartado.
ResponderEliminarLlegué aquí por la curiosidad que me dio leer a Don Julio hablando de Herzog (aunque sólo un poco menos que la impresión de saber que estaba leyendo Entrevista con un Vampiro en el mismo viaje). Pese a que el libro me dio el pudor de quien a escondidas lee el diario de un conocido y se entera de toda la intimidad que ahí expone sin ahorro de adjetivos, hay algo triste y emocionante a la vez que me llevó a terminarlo; leer este blog fue un poco eso, querer seguirle el rastro a la imaginaria posibilidad en la que dos desconocidos se hubiesen topado en este paradero de la autopista. Gracias por compartir.
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