Es sin duda The Artist un producto atípico
dentro de la producción cinematográfica actual, no por tratarse de un film mudo
y con intertítulos, formato utilizado en los últimos años, entre otros, por
directores como Kaurismakki, Pablo Stoll o Esteban Sapir, sino por conseguir
ensamblar cierta estética asociada a los orígenes del cine con un lenguaje
puramente contemporáneo.
Cuenta su director, Michel Hazanavicius, que
decidió realizar una película sobre la transición del cine mudo al sonoro
recordando las películas de Fritz Lang, Murnau, Griffith o Eisenstein. Si bien,
The Artist no posee ninguna de las cualidades estéticas ni experimentales de
los filmes de estos directores, pero, al contrario, sí que bebe de filmes mudos
de aventuras, especialmente los de Douglas Fairbanks, del lenguaje
cinematográfico de las comedias de situación y el cine de acción actual y,
sobre todo, de las referencias mitológicas y el imaginario colectivo que como
espectadores del Siglo XXI poseemos sobre el paso del cine mudo al sonoro, imaginario
construido por clásicos como El crepúsculo de los dioses o Bailando bajo la
lluvia.
Pese a la macdonalización del lenguaje de cine
mudo, no son pocas las virtudes de The artist; tales como el tratamiento de la
parábola central sobre la necesidad de adaptarse a los cambios en el entorno
para no acabar desapareciendo, la magnífica expresividad de la puesta en escena
o el impecable trabajo de sus actores.
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