miércoles, 25 de abril de 2012

Fritz Lang soñado por Andrés Fava imaginado por Julio Cortázar

No eran trenes sino un cine, y lo que había ocurrido ahí, contarlo rápido, una necesidad casi dolorosa de fijarlo con palabras aunque como de costumbre ya no quedara más que una mascarilla de yeso sobre algo tan vivo, la antimateria de eso que se alejaba vertiginosamente para no dejar más que jirones y quizá mentiras, soñé que iba al cine con un amigo, Lud, no sé quién, nunca le vi la cara, a ver un film de misterio de Fritz Lang... 




El cine era una enorme sala completamente insensata que he soñado otras veces, te he hablado de ella, creo, hay dos pantallas en ángulo recto, de manera que te podes sentar en diferentes sectores de la platea y elegir una de las pantallas porque los sectores están entrecruzados vaya a saber cómo, las butacas se alternan también en ángulo recto o algo por el estilo, reíte de Alvar Aalto, y yo busco interminablemente un lugar desde donde pueda ver bien el tríler pero estoy demasiado lejos o algo se interpone entre la pantalla y mis ojos; entonces me levanto por segunda vez y dejo de ver a mi amigo, quién demonios habrá sido ése, imposible acordarme. 




Ahora empieza la película, es una escena en un tribunal, hay una mujer con cara de tarada, al estilo de Elsa Lanchester, te acordás, que grita cosas desde el banquillo de los acusados o de los testigos, estoy demasiado de costado y trato de encontrar otra butaca, en ese momento se me acerca un camarero, tipo joven de bigote convencional estilo bar del Hilton, con saquito blanco, y me invita a seguirlo. Le digo que quiero ver el film (sé que menciono el título, algo donde quizá hay la palabra medianoche), entonces el camarero hace un gesto de enojo o de impaciencia, me muestra imperativamente una salida; comprendo que tengo que seguirlo. Mientras andamos por una sala tras otra, que también he soñado montones de veces, como una especie de club privado, el camarero se excusa por su rudeza. «Tenía que hacerlo, señor, hay un cubano que quiere verlo», y me lleva hasta la entrada de un salón casi a oscuras.






-Halt -mandó el doctor Jung-, lo del cubano es elemental: los alaridos, la contestación, todo lo de anoche, la mala conciencia que tenemos en esta casa, bah.

-Déjame seguir, Lud, esto se me va de entre las cejas, aquí viene lo más difícil de explicar, de ir encajando en los moldecitos de la maldita colmena verbal. Es algo así, saber que estoy perdiéndome el film de misterio que tanto quería ver, y a la vez y por eso mismo me voy metiendo yo mismo en el (o en un) misterio. El camarero se detiene y me muestra, increíble cómo lo sigo viendo, Lud, me muestra en la penumbra del salón un bulto en un sofá; se distinguen apenas las piernas estiradas del hombre que quiere hablarme. Entro solo al salón y voy hacia el cubano. 


Y ahora espera, espera, esto es lo increíble porque sé con toda nitidez que no he olvidado ninguna escena de esta parte, sino que la escena se corta cuando me acerco al hombre que me espera, y lo que sigue es el momento en que vuelvo a salir del salón después de haber hablado con el cubano. Un perfecto montaje de cine, te das cuenta. Hay algo absolutamente seguro y es que he hablado con él, pero no hubo escena, no es que lo haya olvidado, vieja, hubo un corte y en ese corte pasó algo, y cuando salgo soy un hombre que tiene una misión que cumplir, pero mientras lo estoy sabiendo y sobre todo sintiendo, sé también que no tengo la menor idea de cuál es esa misión, perdóname, lo digo como puedo, vos comprendes que no tengo ninguna conciencia de esa entrevista, la escena se cortó justo al acercarme al sillón, pero al mismo tiempo sé que tengo algo que hacer sin pérdida de tiempo, o sea que al volver a la sala del cine estoy actuando a la vez como por dentro y por fuera del film de Fritz Lang o de cualquier film de misterio, soy simultáneamente el film y el espectador del film. 


Fíjate, Lud, esto es lo más hermoso (exasperante para mí pero hermoso si lo miras como un ejemplo de sueño), no hay duda de que sé lo que me dijo el cubano puesto que tengo una tarea que cumplir, y al mismo tiempo me veo a mí mismo con la curiosidad y el interés del que está en pleno suspenso del tríler puesto que ya no sé lo que me dijo el cubano. Soy doble, alguien que fue al cine y alguien que está metido en un lío típicamente cinematográfico. Pero esto de doble lo digo despierto, no había ninguna dobledad en el sueño, yo era yo y el de siempre, tengo una perfecta percepción de que mientras volvía a la sala sentía el bloque total de 'todo eso que ahora estoy segmentando para poder explicarlo aunque sea en parte. Un poco como si sólo gracias a esa acción que debería cumplir pudiera llegar a saber lo que me dijo el cubano, una inversión de la causalidad completamente absurda como te das cuenta. Hay la mecánica del tríller pero yo voy a cumplirla y a gozarla al mismo tiempo, la novela policial que escribo y que vivo al mismo tiempo. Y justo en ese momento me despertó la maldita postal de Heredia, brasileño del carajo.



Andrés empezó a contarle 'detalladamente el sueño, Fritz Lang entró en el bar con su panza teutona, el camarero y el cubano y el amigo no identificable se fueron sentando con ellos, durando como en el cine hasta la última bobina, acompañándolos de cerca y de lejos, con ese estar y no estar de toda imagen, ya ves que tenía razón, que las epifanías ocurren hoy entre moscas y sbornias y puchos mal apagados, esta noche a cada San Martín le llega su chancho. No me mirés así, te lo voy a explicar cartesianamente, no se puede pretender que tus diplomas alcancen para tanto, chiquita.

"Libro de Manuel" Julio cortázar

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