domingo, 2 de septiembre de 2012

Terry Riley según Julio Cortázar

Y justo en ese momento al que te dije se le ocurre opinar (en vez de transcribir a secas lo que han dicho Gómez y los otros, trenzados en el bistro de madame Séverine) que un tal Terry Riley, yanqui, perfecta expresión aparente de todo lo que Gómez está execrando con violentos ademanes helicoidales, es el autor de una obra (y de muchas otras) cuyo contacto con el público (el «pueblo» de Gómez) es el más inmediato, sencillo y eficaz que se le haya ocurrido a nadie desde Perotin o Gilíes Binchois. Grosso modo (porque el que te dije no le quiere preguntar  detalles técnicos a Andrés que en seguida se pone enciclopédico) la idea de Riley es que alguien repite interminablemente una sola nota en el piano y poquito a poco, uno tras otro, cualquiera capaz de rascar un instrumento va entrando con arreglo a una partitura al alcance de una marmota. 


Cuando el ejecutante se ha cansado de tocar sus dos o tres notas, pasa a tocar las dos o tres siguientes, igualmente fáciles, y ya hay otro u otros que a su vez están entrando en la primera serie; así cada ejecutante recorre a su leal saber y entender una secuencia de treinta o cuarenta pequeños núcleos melódicos, peto como cada uno entró cuando quiso y sólo cambia de tema cuando le da la gana, el resultado es que a los diez minutos de empezada la música hay ya muchísimos ejecutantes avanzando por cuenta y riesgo, y al cabo de cuarenta minutos o algo así, ya no queda casi ninguno pues todos han ido llegando a la última serie de notas y acaban por callarse.





El final es siempre lo más bonito pues resulta absolutamente imposible prever cómo va a terminar la ejecución, si será un violín o un bombo o una guitarra los que tocarán las últimas notas, sostenidos siempre por el piano que repite obstinadamente su pedalilo a manera de coagulante. Bueno, dice Gómez, pero eso tiene que ser un asco completo, chico, qué clase de mátete me estás combinando.


Anda a saber, reconoce el que te dije, pero en todo caso vos podes juntar a treinta pibes, explicarles el mecanismo, y durante una hora harán una música del carajo; si extrapolas podrían invitar a todos los de Boca o de River a mandarse el Terry Riley un domingo de tarde, repartiéndoles unas quenitas y otras cornamusas fáciles y baratas; casi todo el mundo es capaz  de leer las notas, sin contar que hay el sistema de cifras, de letras y otras simplificaciones. 




Es completamente idiota, dice Gómez. Será idiota, dice el que te dije, pero
desde tu punto de vista revolucionario es una música que se acerca más que ninguna otra al pueblo puesto que él puede interpretarla, hay comunión y alegría y despatarro universal, se acabó lo de la orquesta y el público, ahora es una misma cosa y parece que en los conciertos de Riley la muchachada se divierte como loca. Pero eso no es arte,- dice Gómez. No sé, consiente el que te dije, pero en todo caso es pueblo, y como muy bien dice Mao, en fin, vos verás.




LIBRO DE MANUEL. Julio Cortázar

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